El sábado transcurrido no fue un día más para la agenda histórica de la ciudad. «El día del Milagro», lo ha dejado marcado con fuego y así será recordado como un acto de amor.
Observé durante la jornada la acción espontánea del vecino ayacuchense que se acercó a colaborar tras la convocatoria realizada por todos los medios de la ciudad. Lo hizo sin hablar, en silencio, respetando la situación y en casos con una evidente carga emotiva. Así dejó su aporte y siguió su camino. Posteriormente en horas de la tarde se fue congregando a observar los números actuantes en el Playón Municipal. Además de mirar, charlé sobre el tema con gente que mostró distintas inquietudes, más allá de aprobar con creces la cruzada que se lleva adelante, buscando reunir el dinero necesario para aliviar en parte las necesidades primarias de esta jovencita. Eso no fue tema de análisis.
Me quedó dando vueltas el razonamiento de una docente de cargo jerárquico que opinaba que el estado se mostraba ausente y que la solución a esta problemática tendría que haber sido atendida desde ese lugar.
«Tenemos un estado tan sobredimensionado del que se sirve gente en muchos casos ociosa, no es una cifra privativa para una dependencia de salud gubernamental, no entiendo como no se da respuesta a un caso tan delicado como este. Aplaudo la cruzada y la predisposición de un pueblo, que en más de un caso dio más allá de lo que pudo, pero insisto en la responsabilidad de un estado que no aparece» , me lo dijo al oído y siguió camino, luego de efectuar su aporte.
De todas maneras, una vez más el pueblo salió a la calle y más allá de las ausencias apuntadas, el vecino mostró su mejor cara.