El tradicional arbolito de Navidad

Adaptado según cada cultura, el árbol de Navidad da inicio oficial a la temporada de fiestas de fin de año. Tradición celta, herencia irlandesa y significado de la iglesia católica. El elemento decorativo por excelencia de diciembre suele adoptar la forma de pino, acompañado de luces y múltiples adornos como bolitas de colores, estrellas, campanas, lazos y guirnaldas. Sin embargo, y a pesar de coincidir cada año con la celebración impulsada por la iglesia católica, ambos eventos no tienen relación alguna, aunque con el correr de los años se logró adaptar a la historia religiosa y al nacimiento de Jesucristo.

De esa forma el tradicional arbolito de navidad emergió como una representación del amor de Dios, y su forma triangular se asocia a la Santísima Trinidad. También, la decoración adoptó un sentido «católico»: las pelotas de colores simbolizan las manzanas del paraíso que habitaron Adán y Eva antes de cometer el pecado original. En tanto, las luces representan velas, «la luz de Cristo», el vínculo de unión entre las familias y las personas.

El relato más aceptado sobre armar el arbolito de navidad en Argentina, remite a 1807, cuando un irlandés trasladó este hábito decorando un pino en una plaza pública. «Había llegado a América Latina proveniente de Estados Unidos y lo decoró de acuerdo a la costumbre arraigada en su país de origen», señalan algunos reportes. Sin embargo, el origen del árbol de navidad como evento mundial puede situarse en la antigua sociedad celta, donde tenían por costumbre adornar un roble por la llegada del solsticio de invierno para así «asegurar el regreso del sol».

En Ayacucho, la tradicional celebración de la Navidad ha cambiado “según pasaron los años”. A la par de haber desaparecido las románticas serenatas, es posible palpar cierto desapego emocional por lo que debiera ser un extraordinario compromiso de fe y esperanza. Todavía se arman los arbolitos, e incluso se adornan los troncos de algunos árboles con franjas de papel verde y rojo. Pero esas espontáneas reacciones -surgida desde el corazón- entre conocidos y no tanto, deseando “Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo”, ha ido perdiendo vigencia.

Por supuesto que el estado de ánimo tiene mucho que ver: malos gobiernos; economía por el suelo; inseguridad latente, y últimamente la secuela que va dejando la pandemia del Covid-19, han hecho lo suyo. No obstante, siempre es posible esperar que la mítica “Ave Fénix” renazca plena de fe y esperanza y al menos durante cortos lapsos de tiempo, nos demos a la maravillosa tarea de desearnos lo mejor, olvidando afrentas e incluso pidiendo perdón si éste fuese necesario. No cuesta nada y nos llena de profunda felicidad.

Antes de la Nochebuena, elevemos nuestras miradas hacia lo alto y elijamos una estrella, la más grande, y con una pizca de imaginación pensemos que está iluminando una humilde morada donde ha nacido un niño. Eso debe bastarnos para sentirnos felices interiormente, y con los demás.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario
Por favor ingrese su nombre