El espacio de la Biblioteca, cuentos y poesías

Este es el bosque
Cuando llego, jadeante, mi padre está esperándome sentado sobre un tronco. El aire se había puesto y empañado un instante atrás, pero aquí, bajo los arcos verdes, la luz tiene un espesor de miel y solo se respira un oxígeno burbujeante y diáfano.
Me siento junto a él. Está tan delgado como cuando murió, pero los ojos vivos contradicen su cuerpo.
-Papá, decíamos ayer que la vida es una herida absurda.
-Esas son cosas de los tangos, hija. Aquí nadie vive en vano. Este es el bosque.
-Pero decíamos que la vida es una pasión inútil.
-Esas son cosas de Sartre. Aquí no hay pasiones, aquí nada es inútil, aquí cada vida sirve a su función. Este es el bosque.
Y su brazo (apenas un hueso con las venas tatuadas) agrupa en un solo gesto los robles y los castañares, los pinos y los eucaliptos, los musgos y los líquenes, las espinos del toxo.
-Pero nacemos y morimos y es como si no hubiéramos vivido y somos apenas hojarasca que se pudre bajo los pies que pasan.
-Aquí nada se pierde y todo se transforma. Aquí nada muere. Somos la gente de la tierra, las criaturas del árbol, la semilla que florece sin fin. Este es el bosque.
MARIA ROSA LOJO: escritora argentina, ha publicado tanto poesía como narrativa y crítica literaria, destacando sus novelas de nueva narrativa histórica, tales como Una mujer de fin de siglo, Las libres del Sur o Finisterre. En cuanto al ensayo literario, habría que señalar títulos como La barbarie en la narrativa argentina o Sábato: en busca del original perdido. Es, además, una colaboradora habitual de medios como La Nación o la Revista Ñ.

Cría cuervos
Los niños, como los gatos, podemos ver en la oscuridad.
Vigías que saben que no pueden deslumbrarse
con su propio sueño, pasamos las horas
tejiendo una tela finísima alrededor
de nuestro miedo. Después, muchos años después,
solías decirme, llega el olvido y podemos dormir
sin sobresaltos. Yo aún no he olvidado.
Cada noche, nos intercambiamos historias
como joyas. Esta te queda bonita,
esta le sienta bien a tu piel, a tus ojos:
Había una niña que era tan pequeña
que cabía en la palma de una mano.
Si yo fuera esa niña —pienso— elegiría
vivir en tu mano. Podrías cerrarla
y dejarme sin nada, pero toda buena historia
necesita una tragedia, un vuelco inesperado
en la trama. No quiero que llegue el fin
de tu relato, que la noche se acabe. No sé qué hay
del otro lado. La vida es una imagen
que va desdibujándose, perdiendo los contornos
día a día. Crecer es el tránsito de la imagen precisa
a la distorsión. Quiero seguir siendo niña
para conservar la vista.

Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Vive en Buenos Aires desde 1990. Tiene cinco libros de poemas: Bizarría (1997, Nusud, Buenos Aires) Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura del Gobierno Argentino; 2001, Nusud, Buenos Aires), La vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid), Abrigo (inédito) y La soledad (inédito).
Es creadora y coordinadora, junto a un grupo de artistas de diversas disciplinas, de ciclos multimedia relacionados con la poesía (El pez que habla) y de ciclos de recitales de poesía (La mirada, Poligrafías, La Musik).

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