Escribe: Abel G. Bruno (Capítulo segundo)
El día 16 de diciembre del año 1992, con la correspondiente verificación de la Escribana María de los Ángeles Nizzoli de Bostica, y la presencia de Juan Carlos Arrozeres, presidente de la Asociación Atlética Ayacucho, y de Pedro Santana, en representación de la Comisión Municipal de Deportes, se determinaron los pasos oficiales correspondientes al intento de recorrer 72 horas en bicicleta sin dormir, utilizando el circuito conformado por las avenidas Dr. Pedro Solanet, Dr. Julián Dindart, José Zoilo Miguens y Cristóbal Colón.
A la hora veinticuatro y con la computadora marcando “cero”, desde la sede del Sindicato de Luz y Fuerza ubicado en la avenida Dr. Pedro Solanet 1238, donde se ubicó el centro logístico de la prueba, me di a pedalear sin demasiada prisa pero también sin pausas, salvo las necesarias como para recibir el abastecimiento y otras muestras de apoyo por parte de pedalistas en actividad, y numerosos ciclistas de ambos sexos y edades que fueron turnándose en ese acompasado y harto repetido pedaleo por las principales avenidas de la ciudad.
Transcribo algunos apuntes
“La permanente ronda de los muchachos de la policía y los municipales madrugadores. Cuantos gatos y perros salen a merodear de noche. Comprobar una vez más que la Plaza Cristóbal Colón es la más “romántica”. La vigilante presencia de Pedro Santana. La euforia contagiosa de Omar Iturralde. La serenidad y experiencia de dos “monstruos” como Raúl Chambers y Pedro Moureu. El trabajo técnico de Juan Ángel Videla. El invalorable obsequio de mi primo Osvaldo Fernández Bruno (la computadora de la bicicleta). La profesionalidad de la contadora María Nizzoli de Bostica (actuó ad-honoren). La total confianza del Sindicato de ESEBA. El creer siempre de la Asociación Atlética Ayacucho. El “estar” permanente de Cruz Morel, Tito Medina, Muso Masello, Luis Palmieri, Carlos Costa, Raúl Maldonado, Pocho De Sandi, Malter Giannoni, Dora Cúneo de Azzanesi, el increíble Molina, Raúl Etcheverry y todo el personal de su taller, Héctor Mariño, la muchachada de la carpintería de Francisco Beltrachini, el tranquilo asesoramiento de Miguel Hidalgo y sus hermanos, las prodigiosas manos de Oscar Córdoba, la paciente tarea de mi hermano Cesar, la sirena de los hermanos Chichin y Rubén Pomponio; la puerta de automóvil sobre el boulevard con la leyenda estimulante que colocó Juan Tomaso; la colaboración de Toto Gencarelli, y a todos aquellos que a lo largo y ancho de las cuatro avenidas no me dejaron solo en ningún momento”.
Anécdotas
“La señora que me alcanzó un postre que no pude comer. Los muchachos de la panadería “Las Delicias” que durante varias madrugadas me obsequiaron con las primeras facturas. Cuando por una emisora de radio pidieron crema de cacao para mis labios y me hicieron llegar cincuenta, pero como era de noche terminé poniéndome “rouge”. Cuando mi estómago se quejó me dieron gotas para calmarlo, pero también me curaron el empacho. Los más de setenta kilómetros que pedaleó conmigo Martín Albano, calladito y sin hacerse notar. Primero fue el freno delantero, luego se quebró el caño sostén del asiento y después se torció la rueda trasera, y siempre estuvo ahí el increíble Mauro Loscalzo, que además pedaleaba conmigo en las madrugadas. Un ¡gracias! enorme para todo el periodismo que “se prendió” con estas 72 horas que de ninguna manera me pertenecieron, puesto que fueron de toda y para toda la comunidad”.
Lejos de los 1.500 kilómetros
El 19 de diciembre de 1992, y a la hora veinticuatro, se bajó el telón para las “72 Horas en Bicicleta” sin dormir. Transcribo un párrafo de la actuación notarial de la Escribana María de los Ángeles Nizzoli de Bostica: “en el cronómetro incorporado a la bicicleta constato además que la distancia recorrida en el intento es de Un mil ochenta y cuatro kilómetros seiscientos noventa metros”. Agrego que recorrí el circuito en 217 oportunidades.
No obstante haber cumplido con el objetivo perseguido, tal el de pedalear durante tres días consecutivos “sin pegar los ojos”, no quedé satisfecho con esos 1.084 kilómetros y 694 metros, porque había quedado lejos de los 1.500 kilómetros. Llegué a la conclusión que los tramos de las avenidas eran cortos para desarrollar mayor velocidad y mantener un adecuado promedio (a poco de levantar velocidad tenía que doblar); las dos cuadras de empedrado (avenida Dr. Julián Dindart y Cristóbal Colón) también fueron contraproducentes; tuve demasiadas detenciones y en ese quehacer, no me mentalicé lo suficiente: pensé demasiado en “sobrevivir” durante tres días y me olvidé de la distancia. Tenía 49 años de edad y me sentí muy bien. Volvería a intentarlo.
(Continuará)