Un final inmerecido.

Se ha ido Diego Armando Maradona y todo el mundo refiere a su persona, muestra sus hazañas, lo homenajea sin parar y no cesa en emocionarse hasta las lágrimas. Es el tributo al mejor jugador del mundo. Un verdadero malabarista de la pelota, sin duda su verdadera novia, la que lo amó como nadie y lo llevó desde su Fiorito natal a pasear su destreza sin igual por el mundo.
Querido y odiado, este intérprete sin solfeo ni partitura, sí de oído para ejecutar su música excelsa, ha sido el jugador que jamás se volverá a repetir por el resto de la existencia de la humanidad. El que nos hizo reir y llorar de alegría.
Amado, consentido y vapuleado en el final de su corta pero ajetreada vida, pudo contar sus amigos con los dedos de la mano. Como todos o la mayoría de los astros mundiales, preso de su enorme popularidad, sin vida propia, envuelto en excesos que nadie o pocos pudieron controlar. Aislado por su entorno que lo distanció, incluso de sus familiares que lo querían e intentaban darle contención a su desbordante personalidad.
Poseedor de un fuerte temperamento. Con ese temple y convicción que lo llevaron a capitanear y encabezar la avanzada celeste y blanca para alzarse con la copa del mundo en el 86, ridiculizando rivales con su zurda maestra, regalándonos los momentos más grandes y únicos que el deporte imagine.
Alegre y encantador, supo granjearse el eterno amor de los napolitanos que disfrutaron con él en su época más dorada y así testimoniaron su eterno e incondicional amor al 10.
Se ha ido Diego Armando Maradona, el mundo lo llora y esta vez es cierto, con la salud derrumbada…solo. Triste y lejos de los que lo amaban de verdad.
Que quiere que le diga, mas allá de todo…me duele, un final inmerecido.
OMA

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