Sobre la credibilidad de los políticos

Escribe: Eduardo A. Volonté

El ingenio popular, con su agudeza para traducir en frases simples el sentir de un momento dado o sintetizar una realidad determinada, ha acuñado una frase que encierra el concepto que parte de la población tiene respecto de sus representantes.

“Falso como promesa de político», encierra mucho más que una simple comparación de tono humorístico, refleja también el sentir de muchos sobre la hoy tan vapuleada actividad política.

Si bien no resulta posible —sería sumamente injusto y peligroso hacerlo— caer en una generaliza­ción simplista, este bajo concepto es algo que ningún dirigen­te de cualquier nivel, puede dejar de reconocer.

Largo sería de enumerar y analizar las diversas causas —justas o no— que llevan a ese juicio ciuda­dano. Pero entre ellas, seguramente que ocupa un lugar destacado, el recurrente doble mensaje a que muchos apelan en su afán de sumar adhesiones o escalar posiciones.

Ese pragmatismo que todo lo justifica y perdona.

Esa errática manera de encarar la actividad políti­ca según el favor de las encuestas, las conveniencias personales, u otros intereses aún más espúreos.

Así como deja de ser creíble un hombre público que evade o viola la legislación vigente, también deja de serlo aquel que conscientemente o no, olvida su prédica y su compromiso público ante la sociedad.

Lo negro de ayer, no puede como por arte de magia ser blanco hoy, para quizás volver a negro mañana.

No se trata de cristalizarse en el tiempo, de negarse a asumir los cambios propios de una realidad cada vez más dinámica, compleja, y variable.

Pero el saber interpretar los cambios producidos, el abrirse a un permanente proceso de actualización y reinterpretación de la realidad, no tiene nada que ver con el abandono despreocupado de los principios básicos y elementales que dan fundamento ideológico y ético a una actuación pública.

Hace ya bastante tiempo que la sociedad argentina viene asistiendo a actitudes y hechos de muchos de sus dirigentes políticos que muy sueltos de cuerpo muestran -casi con orgullo- sus volteretas ideológicas que en muchos casos tiene la protección de un mullido colchón…de dólares y prebendas.

La coherencia entre el decir y el hacer. Entre lo que se dijo y lo que se dice, es un requisito básico para la búsqueda de la recuperación de esa credibilidad per­dida, que debe también pasar por una actitud de sinceramiento de todos y cada uno de aquellos que ocupan funciones públicas o partidarias.

La coherencia política parece ser un valor que no se cotiza hoy en la bolsa del poder. Felizmente; aún quedan en todos los partidos y sectores políticos, hombres y mujeres dispuestos a mantenerla como un valor básico de la actuación pública.

Para Andrés Gilmore  “La credibilidad tiene que ver fundamentalmente con la ética y la moral en la toma de decisiones para lograr procesos transparentes en la forma de actuar”.

Ya llegará el momento en que la ciudadanía sabrá reconocer y valorar debidamente esa actitud de cohe­rencia y lealtad a los grandes principios y a los compromisos asumidos con el pueblo.-