Petiso, morocho, miope y democrático

Escribe: Eduardo A. Volonté.-

“La Dirección Nacional del Servicio Penitenciario Federal informa, a través de su oficina de Prensa, que el día 19 del corriente a las 22.20 horas se produjo en el Hospital Penitenciario Central el deceso del detenido a disposición de Poder Ejecutivo Nacional, Mario Abel Amaya”.

“El interno había ingresado al citado nosocomio a efectos de ser tratado de una afección asmática crónica y de una afección coronaria localizada cinco años atrás”.

“Pese a los controles clínicos a los que fuera sometido en forma permanente por los profesionales encargados de su atención, en virtud de su estado, el día y hora citados en primer término se constata un paro cardíaco, no respondiendo el enfermo a los auxilios que inmediatamente le fueran suministrados, siendo motivo de su deceso una insuficiencia cardíaca aguda por un infarto agudo de miocardio”.

Con este escueto comunicado, que pocos diarios reprodujeran, se informaba en octubre de 1976 la muerte a los 41 años del diputado nacional radical Mario Abel Amaya.

 

La realidad 

Lo que no se decía, era que esa muerte era consecuencia directa de los padecimientos y torturas que Amaya había sufrido en forma previa durante su detención ilegal a partir del 17 de agosto de 1976 junto al entonces Senador nacional Hipólito Solari Yrigoyen.

Amaya, nacido el 3 de agosto de 1935, hijo de docentes llegados de San Luis a Dolavon en Chubut para ejercer su profesión, el también luego de estudiar abogacía en Córdoba y recibirse en Tucumán, ejerció la docencia en el Colegio Nacional de Trelew donde cursara su secundaria y luego en la Facultad de Derecho de la UBA, como profesor titular de Introducción al Derecho hasta que fuera cesanteado en 1974 durante la gestión del peronista de derecha, Ottalagano.

Comprometido desde siempre con la democracia y el radicalismo, Mario Abel Amaya había ocupado desde 1973 hasta el golpe del 24 de marzo de 1976 una banca en la Cámara de Diputados de la Nación en representación de su provincia, Chubut.

Amaya era un luchador inclaudicable en defensa de los derechos de los trabajadores y la vigencia de los derechos humanos.

Nunca dudó en defender a quien fuera víctima de un abuso o perseguido por expresar sus ideas, aunque no fueras las que el profesaba.

Esa actitud decidida –que terminara costándole la vida- lo llevó durante la dictadura de Onganía a defender y ser apoderado del dirigente gremial de Luz y Fuerza en Córdoba, Agustín Tosco, como a tantos otros presos políticos, incluidos Roberto Santucho y los detenidos y asesinados en Trelew en agosto de 1972.

Ni la voladura de su estudio, ni la cárcel sufrida en aquel año en Villa Devoto, ni las permanentes amenazas de muerte de las Tres A, consiguieron que dejara de lado su decisión de buscar el imperio de la justicia.

De ideas claras y precisas entendía a la U.C.R. como una herramienta eficaz para la construcción de una verdadera democracia social que integrara al conjunto de los argentinos.

El calvario

Luego de su detención en su casa en Pecorado 120 de Trelew, donde residía con su madre, debió soportar en el Regimiento 181 de Comunicaciones de Bahía Blanca permanente torturas y vejámenes, recibiendo en la U-6 de Rawson las palizas que afectaran definitivamente su precario físico ya castigado por el asma.

Su detención junto a Solari Yrigoyen incluyó una burda parodia de rescate por parte de las fuerzas de seguridad, que de esa manera frente a la presión internacional para su liberación, pretendieron blanquear la detención ilegal para ponerlos a disposición del Poder Ejecutivo.

Su grave estado de salud motivó su traslado al hospital porteño donde falleció.

Sus restos que casi no fueron reconocidos por su allegados por el deterioro físico que presentaba a causa de las torturas, fueron velados por una pocas horas en Homero 711 del barrio de Mataderos en la Capital Federal, en la casa de sepelios del dirigente radical Liborio Pupillo, quien valientemente cedió el lugar a pesar de las presiones e intimidaciones.

Trasladados luego los resto a Trelew, fue allá despedido por su compañero de bancada Carlos Fonte y Raúl Alfonsín quien lo caracterizó como “un amigo bondadoso, altruista y valiente” para agregar que despedía “a un hombre con convicciones democráticas, que luchaba contra todos los totalitarismos, sin importarle el signo ideológico que pudieran tener”.

“… venimos también a despedir a un distinguido correligionario, a un hombre radical, a un hombre de la democracia, que no la veía constreñida a las formalidades solamente, sino que la vitalizaba a través de la participación del pueblo para poner el acento en los aspectos integrales, en los aspectos sociales.”

Años después, por temor a profanaciones, su madre trasladó los restos al panteón familiar en la pequeña localidad de Luján, en departamento Ayacucho, en el norte de San Luis.

Desde la derecha (SUBTITULO)

Del odio que la lucha de un demócrata como Amaya despertaba en los sectores más reaccionarios de la sociedad, da cuenta el diario La Nueva provincia, de Bahía Blanca, que el 23 de octubre, editorializaba con el título “Que a Amaya lo llore el marxismo”:

“…Ahora ha muerto. Durante el velatorio e, incluso, el entierro, no han faltado, en su honor las zalemas radicales, los pésames del comunismo y las lágrimas de la subversión, que ha perdido a un elemento valioso.”

“…De nuestra parte, no lamentamos nada. Ha muerto otro enemigo (…) A nosotros Amaya, su muerte, las protestas radicales, las lágrimas comunistas y demás actitudes por el estilo no nos merecen el menor respeto. Respeto merecen los héroes y no los abogados de delincuentes marxistas”.

 

Recién el 4 de julio de 2013 llegó la justicia para esta muerte y el secuestro y tormentos a Solari Yrigoyen.

El Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia, constituido en Rawson, condenó al ex director de la Unidad 6 de Rawson Osvaldo Fano a 23 años de prisión efectiva, al ex guardiacárcel Jorge Steding a 17, ambos por tormentos agravados seguidos de muerte, y al médico Luis García a dos años por encubrimiento.

A 44 años de su muerte física, Mario Abel Amaya vive en el recuerdo de sus correligionarios y quienes aspiran a hacer realidad un país con justicia y desarrollo, donde pensar no sea un delito y la vida se respete.

Todavía hoy, muchos jóvenes radicales lo invocan en sus cánticos –junto a Sergio Karakachoff, otro asesinado por la dictadura- reclamando un radicalismo consecuente con su historia y principios.

Un radicalismo, como el que soñara Amaya y por el cual diera su vida.-