Escribe: Eduardo A. Volonté.-
Todavía flotaba en el ambiente la polvareda producida por la caída del Muro de Berlín cuando algunos salieron a proclamar alegremente el fin de la historia y la muerte de las ideologías. A anunciar el triunfo del pensamiento único y su nuevo dios, el mercado.
Propiciaban el reinado universal de aquello que el pesimismo -o realismo- tanguero proclamara mucho antes: “no pensar ni equivocado/ si total igual se vive/ y encima corrés el riesgo/ que te bauticen gil”.
Nos anunciaban, en definitiva, que habían muerto las ideas y el grado de compromiso que se tiene con ellas. Porque no otra cosa es la ideología: la concepción del mundo y del hombre como interpretación de la realidad y como referencia que justifica los actos.
No eran solo desvaríos intelectuales aquellos anuncios, sabían lo que buscaban y para que lo decían.
Lo que no decían, es que negar la ideología es negar el compromiso intelectual del hombre con su tiempo y con el tiempo que le sucederá.
Como bien se ha dicho “Vivir es una ideología. Cada uno de nosotros posee, irremediablemente, una manera de contemplar y entender el mundo. Una concepción de la realidad social. Vivir es opinar, criticar, defender. Vivir es creer en un estilo de vida. Y si creo que no hay estilo, también. Será el estilo de los que no tienen estilo. Todo hombre, más allá de sus coherencias, conlleva una cosmovisión de su tiempo. Y esa es su ideología. Una ideología es la concepción filosófica de la naturaleza del hombre y de los hombres. La visión teórica de las razones individuales y colectivas de una sociedad. Donde hay sociedad, cualquiera sea el tiempo histórico contemplado, siempre hay un plan de ordenamiento. Y ese plan, o varios planes pugnando dentro de la misma sociedad, son la ideología.”
A lo largo de la historia argentina, han existido épocas en las cuales predominaron ideas -ideologías- que conformaban un proyecto definido de país o sociedad. Queda para cada uno la valoración sobre el contenido de esos modelos de país. Pero los hubo.
Es necesario recuperar el valor de las ideas, del debate de las mismas y la búsqueda de comunes denominadores y propuestas superadoras.
No hacerlo sería autocondenarnos como sociedad a la mediocridad, a la resignación, al statu quo, al reinado del “no se puede o no se debe”, a la decadencia.
Por el contrario, imaginar alternativas, nuevas ideas, recrear utopías, sería no solo una buena forma de demostrarnos que estamos vivos, sino también el mejor aporte a la construcción de una sociedad y un país distinto que nos incluya a todos.
Es verdad que no basta con generar buenas ideas y tener buenas intenciones, se debe también tener coherencia entre el decir y el hacer, ser consecuente en los hechos con lo declamado en la teoría. Hacer cierto aquello que proclamaba Moisés Lebensohn: “Doctrina, para que nos entiendan. Conducta, para que nos crean”.
En síntesis, el desafío es volver a pensar, a imaginar un destino común como Nación, a construir una alternativa, a “llamar las cosas por su nombre” como reclamaban los reformistas del 18.
No será sencillo, pero es imprescindible hacerlo, haciendo nuestro aquello que “Cada mañana que nos levantamos y estamos vivos, y sentimos glotonamente el regalo de la vida, imaginamos un puerto. Hacia allá vamos. Y ese es nuestro plan. Esa es nuestra idea. A partir de ella cobra sentido imaginar una idea entre varios. A partir de mi barca echada al mar, sabiendo hacia donde voy, se enciende la aventura de juntar muchas barcas y un solo rumbo. Esta es la ideología. La idea de uno, la idea de muchos, la idea de todos. Se llega o se naufraga. Pero siempre en nombre de ideas. Siempre con ideologías. Siempre creyendo y luchando, o no, por aquello en que se cree”.-
Ojalá que en este 2025 que ya se asoma, empecemos a pensar para ser mejores como sociedad.-