Escribe: Eduardo A. Volonte.-
Veintitrés años atrás, mientras el país todavía se sacudía por el asesinato de un periodista gráfico llamado José Luis Cabezas, la muerte -esta vez en otra de sus variantes- terminaba el 29 de enero a los 54 años con la vida del escritor Osvaldo Soriano.
Convertido por méritos propios en el escritor más vendido en el país y de singular éxito en Italia, Soriano constituyó no solamente un novelista sin par, sino también un periodista agudo, un demócrata convencido y comprometido con la búsqueda de un país distinto al que le tocara vivir.
Su compromiso lo pagó como muchos con el exilio durante la última dictadura. Allí siguió junto a Cortázar, Solari Yrigoyen, y tantos otros, bregando por la democracia en Argentina.
Su regreso a partir de 1983 y su posterior producción literaria y periodística, convalidó el prestigio que ya sus obras recogían en Europa.
Personaje singular como pocos, Soriano fue incisivo y tierno a la vez, agudo observador de la realidad, crítico del poder de turno, sus notas nunca provocaban indiferencia.
Nacido el día de Reyes de 1943 en Mar del Plata, recorrió gran parte del país producto del trabajo de su padre, a quien inmortalizara en memorables cuentos. Tandil fue su última parada hasta partir a la Capital Federal para integrarse a la mítica Primera Plana de los años sesenta primero, y a La Opinión de Timerman después.
Si la escritura fue su gran pasión, el fútbol, con la camiseta azulgrana de San Lorenzo no le iba en zaga. Jugador que prometía, en sus años mozos en Cipoletti; canalizó esa pasión hasta su muerte siguiéndolo de cerca y escribiendo sobre él.
Su obra
«Triste, solitario y final», «Cuarteles de invierno», «A sus plantas rendido un león», «La hora sin sombra», «Cuentos de los años felices», «Artistas, locos, y criminales», «Piratas, fantasmas, y dinosaurios», “Memorias del Mister Peregrino Fernández”; “El ojo de la patria”, son algunos de sus trece libros cuyas ventas superaran largamente el millón de ejemplares.
Noctámbulo empedernido, su día comenzaba a media tarde para extenderse hasta las primeras horas de la mañana siguiente. En el silencio de la noche, con la compañía de sus adorados gatos, iban surgiendo de su pluma -tanto en Mar del Plata como en París, sus lugares preferidos para escribir en soledad- esas metáforas de la Argentina que son sus libros, para luego transitar por el mundo traducidos a más de veinte idiomas.
El cáncer pudo más que sus ganas de vivir. Y su pronta partida dejó en miles de lectores un vacío que ya no cubrirían más sus libros, sus desopilantes diálogos de aquellas Llamadas Internacionales que publicara en Página/12, o sus comentarios sobre la actualidad o el fútbol.
Pero así como el Mister Peregrino Fernández -su última creación y su excusa para poner en boca de un viejo y nómade jugador y director técnico, su propia visión del mundo- esperaba ansioso su vista semanal; también sus lectores siguen esperando que el gordo Soriano vuelva de ese mal chiste de la muerte, que encienda un cigarro y los deleite con nuevos relatos.
Soriano dijo alguna vez que «los ideales son una prueba de que estamos vivos».
Nosotros podemos decir, que los libros, artículos periodísticos, y trayectoria de Osvaldo Soriano serán siempre una prueba de que seguirá presente en todos aquellos que aman los buenos libros, la democracia, el fútbol, los gatos, la vida.-