Moisés Lebensohn, el sentido de una vida

Escribe: Eduardo A. Volonté

Corrían los días de junio de 1923 cuando en un modesto periódico del del interior bonaerense un joven de tan solo quince años escribía con la pasión propia de su edad: “Nuestra voz se hará sentir con toda vehemencia cuando ello sea necesario en salvaguarda de los derechos e intereses del pueblo”.

Tres décadas más tarde, un trece de junio de 1953, ante la inminencia del final de su corta pero fecunda vida, un hombre de tan solo 45 años exclamaba impotente ante la tarea inconclusa: “En el país hay mucho que hacer. Hay que luchar, luchar, luchar…”.

Estos dos momentos señalados, el de la vehemencia juvenil y el del mensaje final ante la muerte, cobran el valor de toda una síntesis de lo que fue y representó la vida de Moisés Lebensohn, pues de él se trata.

El suyo es uno de esos casos en que el olvido deliberado y culposo en que se lo pretende sumergir por parte de ciertos sectores, no hace otra cosa que acrecentar su recuerdo.

Y revivir su prédica constante qué a pesar de todo, todavía resuena en los pueblos más remotos de esta provincia de Buenos Aires que lo vio sin pausa ni cansancios recorrer sus polvorientos caminos llevando el mensaje de su fervor nacional y su auténtica concepción radical.

Fue la lucha el símbolo de su vida, la misma que entregó generoso y sin vacilaciones a la causa del pueblo, a la que dio lo mejor de sí.

Y frente a ese pueblo que genialmente Yrigoyen definiera como la Causa, estaba el Régimen, a quien Lebensohn con precisión meridiana definiera en 1937 como “los restos de la oligarquía terrateniente enriquecida por la valoración de la tierra forjada por el esfuerzo  de dos generaciones; los especuladores  y financistas impacientes que juegan en gigantesca tómbola con el trabajo nacional; los grandes capitales que monopolizan los recursos de nuestra economía succionándola con sangría permanente; la sedicente minoría ilustrada que coloca el prestigio de sus apellidos y de su figuración política y social al servicio de los trusts internacionales”.

La herramienta

¿Y cual era para Lebensohn la herramienta adecuada para llevar a cabo la reparación nacional? El radicalismo por un lado, y el protagonismo popular por el otro.

“Esta es la hora del hombre del pueblo… si es que queremos alcanzar la victoria no temamos la participación dominante del hombre del pueblo, que es nuestra única fuerza.  Que él sea la figura central de nuestro partido”, solía repetir en todos los lugares.

Y porque creía en las posibilidades transformadoras de la Unión Cívica Radical y conocía cuales eran los defectos y falencias de la vieja máquina partidaria, dedicó sus esfuerzos a combatir lo que el entendía eran los factores que impedían al radicalismo retomar el cauce yrigoyeniano.

Así “la dictadura de los convencionales”, los “capitales políticos” y “la política del servicio personal”, son términos por él acuñados y en los cuales pretende sintetizar los principales defectos del radicalismo de aquel entonces, y que en muchos casos aún subsisten.

Es triste pero justo reconocer que aún en la actualidad persiste esa política del servicio personal a la que definiera como la “conquista de voluntades no por motivos atinentes al país, al orden público, sino por servicios, atenciones, empleos, favores lícitos o ilícitos, afectos, amistades”.

Categórico, sostenía que  “la política del servicio personal desjerarquiza y desprestigia  todo lo que de ella parte”.

La Juventud

 Fue un convencido que solo los jóvenes sin complicidades con el pasado serían los artífices del cambio añorado.

Por eso contribuyó como ninguno a nutrir y enriquecer ideológicamente a la Juventud Radical, que lo tuvo como el más entusiasta de sus animadores y bajo cuyo influjo y dirección se inició una serie de grandes congresos juveniles que fueron delineando el bagaje doctrinario que diera origen en 1945 al Movimiento de Intransigencia y Renovación.

Animador permanente del accionar de la Juventud Radical, por aquellos años cuarenta, Lebensohn esbozó en cada uno de sus incontables discursos producto de esa militancia juvenil, las aspiraciones y sentir de los jóvenes radicales de entonces, que son sin duda también las mismas que trazan la línea gruesa del pensamiento que anima a quienes hoy han recogido su legado.

A su inspiración y redacción se debe el programa de la Juventud Radical de 1944, que reclamara en  lo interno el voto directo de los afiliados, la representación de las minorías y la realización de asambleas, y ofreciera en lo externo todo un programa de realización en el camino de la liberación definitiva de Argentina.

Su vida

En un plano meramente biográfico, digamos que Moisés León Lebensohn nació en Bahía Blanca  el 12 de agosto de 1907 a las dos y media de la mañana. Su padre –Salomón- un médico ruso de vasta cultura que habla y escribía en nueve idiomas, que adhirió con fervor a la UCR, fue una referencia indiscutida en su formación.

Instalado en Junín, se recibió de abogado en La Plata a los veinte años y a los 24 fundó el diario “Democracia” que dirigió hasta su muerte.

 “Durante la década del 30 al 40, –cuenta Alvarez Guerrero- Lebensohn estudia, lee, escribe, desarrolla su intelecto y va componiendo un proyecto de transformación profunda de las estructuras políticas, económicas y sociales del país”.

Con una militancia activa en el radicalismo juninense, logró acceder a una banca de concejal en el período 1936-40, dejando de su brillante actuación y de su concepción municipalista, el testimonio de un libro: “Acción Municipal”.

Le tocó a Lebensohn  ser actor principal de una etapa ardua y conflictiva de nuestra vida política; época de pasiones encontradas, de intolerancias recíprocas y enfrentamientos permanentes; pero ni el fragor de la lucha, ni las cárceles soportadas lograron desviarlo de sus profundas convicciones y de su respeto por el hombre anónimo de carne y huesos.

Palabra y conducta

Ello no implicó que renunciara a ser un crítico implacable de los desvíos y abusos del peronismo en el poder, como lo refleja su fogosa intervención en  su carácter de presidente del bloque radical, en la sesión del 3 de Marzo de 1949 de la  Convención Nacional Constituyente, cuando se decide el retiro de la representación partidaria frente a las pretensiones reeleccionistas del oficialismo.

Lebensohn no dejó obra escrita más allá del libro citado, sus editoriales periodísticos y algún folleto; al decir de Álvarez Guerrero “piensa por medio del discurso, y su oralidad es el modo natural en que expresa su pensamiento”, a través de ellos, de sus intervenciones en los numerosos congresos que bajo su presidencia [1949-51] organizara el Comité de la Provincia [agrarios, de la mujer, de la juventud, obrero, etc] es posible reconstruir la profundidad de sus concepciones ideológicas.

En 1953  asumió la presidencia de la Convención Nacional, el máximo organismo partidario, allí en una tumultuosa asamblea pronunció el 25 de Abril el que sería su último gran discurso, donde dejara con meridiana claridad expuesta su visión del país y el mundo y los deberes  del radicalismo.

La feroz resistencia al cambio de los sectores más conservadores del partido, las agresiones verbales allí sufridas, la intolerancia, hicieron mella en su ya debilitado y descuidado físico,  su corazón cansado ya de tanto trajinar,  y quizás con un ignorado infarto previo, dijo basta el 13 de Junio de 1953, truncando su vida cuando aún le quedaba mucho por hacer.

Queda como síntesis de su lucha y de sus sueños, pero también como un mandato en marcha pero que aún espera su realización total, su fe en la concreción de esa Argentina soñada que el imaginara.-