Mario Bertoli: ¡Hasta siempre, Comendatore…!

Escribe: Abel G. Bruno

En la media tarde del miércoles 5 de febrero, la llama que iluminaba la vida de Mario Bertoli, se apagó para siempre. Al día siguiente y en torno a la hora 13, su materia quedó depositada en el Panteón Italiano; su espíritu había partido antes, para descansar eternamente junto al creador de todas las cosas. Quién duda que mereciera con creces tamaña distinción. Al partir, lo hizo con la tranquilidad de conciencia que sólo pueden sentir y exponer los seres humanos elegidos y por ende extraordinarios. Había cumplido con la tradicional encomienda: formó una excelente familia conformada por su esposa Rosita y sus hijos Aldo y Hugo; había sembrado miles de árboles por doquier que actualmente se yerguen generosos, y escribió el libro dedicado a sus descendientes, para que les sirviera como guía y ejemplo de lo mucho y bueno que puede edificarse a través del amor, en toda la concepción de la palabra.
Fue un hombre generoso: de su constante dar sin mirar a quien se sirvieron innumerables instituciones de bien público y de muchas maneras; tanto donando plantines de flores y árboles, publicidades y donaciones de trabajo y dinero. Su bolsa fue harto benefactora; siempre se mantuvo abierta hacia la comunidad.
Fue un ejemplo justo y responsable: quienes conformaron las distintas comisiones de la Sociedad Italiana, a la que le dedicó muchos de sus mejores afanes y esfuerzos, conocen sobradamente sobre sus constantes entregas jamás salpicadas con vulgares distorsiones. El Ayacucho Cicles Club, fue otra de las entidades que durante varias décadas se benefició con su fecundo aporte humano, arriesgando incluso su capital económico para que alcanzara el sitial que actualmente ostenta. Sin el menor ánimo de herir susceptibilidades, quien escribe puede asegurarlo por haber tenido el privilegio de ser su secretario durante los varios períodos en que ejerció la presidencia. Sin duda, fue uno de los mejores dirigentes desde la fundación de la entidad.
En ese constante quehacer y como sucede invariablemente, sufrió diversos altibajos que de ninguna manera alteraron su manera de ser, creer, sentir y levantarse desde sus rodillas para acometer la marcha imbuido de un excepcional temperamento. “Mi gladiador”, repetía durante el velorio de sus restos su esposa Rosita, refiriéndose a quien amó entrañablemente; sin duda lo era. Para Mario, no hubo fatigas ni dobleces. Cuando en las comisiones institucionales todo parecía desmoronarse incontrolablemente, arremetía como el vendaval contra los muros llevándose consigo a los desorientados e incrédulos para salir adelante.
Pudo haber alardeado con “bombos y platillos” sus merecidos éxitos comunitarios (reconocimientos, distinciones, etc.), pero le fue imposible sacudirse de encima esa tremenda humildad que cantaba en su corazón y le afloraba por todos los poros de su piel. Ese don de gentes, lo había heredado de sus ancestros en el Cartago natal de su inolvidable Italia, y jamás dejó de exponerlo en todo lugar donde le tocó actuar. Nunca defraudó a sus sentimientos y menos a los demás.
Amó a éste, su país de adopción, como muy pocos argentinos lo hacen. También a “su Ayacucho”, al que le entregó todo lo que pudo y tuvo. En esas largas y en ocasiones pronunciadas tertulias donde se mezclaba una inconmensurable variedad de temas, manifestó sin tapujos sus profundas preocupaciones por el destino de su segunda patria.
Estoy observando ahora una fotografía que puse a propósito a la derecha de la computadora. En ella se lo observa junto a su esposa, Rosita, el 3 de octubre de 2009, cuando cumplieron y celebraron las Bodas de Oro matrimoniales. La felicidad trasuntada en ambas sonrisas que lo dicen todo. No obstante, es imposible no sentir una profunda emoción al considerar que si bien la vida nos da y nos quita, en ciertos pasajes como ahora nos deja entristecidos.
¡Por supuesto que Mario, sigue trabajando en el vivero “Bellas Artes”!. El, junto a sus hermanos Silvio y Rino, lo transformaron hace varias décadas. Estará en la apertura de los surcos; las podas; los riegos y en todas las tareas concernientes a ese paraíso vegetal que si bien cambió de ubicación, continúa generando bondades logradas con el trabajo sin horarios de una familia; regadas con el sudor de sus frentes. Actualmente a cargo de su hijo Aldo, lo seguiremos viendo a Mario Bertoli, levantando su mano en señal de saludo al recibir el grito de “¡Adío, Comendatore!”, cuando pasemos frente al vivero por la avenida Tiburcio Bavio.
Mario, sigue estando ahí, sin ninguna duda. Se lo podrá observar cada vez que se lo recuerde. Quien puede negar su inmortalidad, mientras en ese lugar continúen recogiéndose tantas y tan buenas mieses que sembró a raudales…

De izquierda a derecha: Patricia Purto de Bertoli. Aldo Bertoli. Mario Bertoli. Rosa Brícola. Hugo Bertoli y Carina Garcia de Bertoli.

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