Escribe: Eduardo A. Volonté
Más allá del tufillo a campaña electoral que tuvo, el anuncio del vocero presidencial Manuel Adorni sobre la eliminación de aranceles para la importación de celulares y otros elementos electrónicos, sumado a otras decisiones de abrir la economía nacional a los productos provenientes del resto del planeta, amenaza con reeditar un debate similar al planteado durante el reinado de Martínez de Hoz y reeditado luego en tiempo de Menem sobre los beneficios o inconvenientes de tal decisión.
No es este tema de la apertura una cuestión que corresponda resolverse por sí o por no en forma terminante, tampoco es de una simpleza tal que permita adoptar decisiones al respecto fácilmente; pero si es posible- y necesario-que sea abordado con responsabilidad, buscando un equilibrio que redunde en beneficio del conjunto y no en favor de unos pocos sobre el resto.
Resulta impensable suponer que es posible lograr el desarrollo y reactivación de nuestra industria y comercio basados solamente en el mercado interno o dentro de un esquema cerrado al mundo.
No es la sobreprotección la mejor manera de hacer eficiente y competitiva a cualquier Industria, no se trata de dar obcecadamente la espalda a los beneficios del progreso o renegar a la posibilidad de acceder a un sinnúmero de productos y bienes que constituyen lo más adelantado en su materia.
Pero tampoco es la forma correcta dejarla librada a una desleal competencia con la producción de naciones poseedoras de una abrumadora capacidad de producción, propietarias de avanzadas tecnologías, cuantiosos capitales y posibilidades que el ámbito nacional por supuesto no ofrece.
Los argentinos fuimos testigos durante los finales de los años ’80, de cómo nuestros comercios se inundaban de las más variadas chucherías, tan llamativas como superfluas la mayoría de ellas; si bien no debe suponerse que esta nueva experiencia será una copia fiel de aquella, no pueden negarse en el contexto general ciertas similitudes.
La apertura debe tener como fin último el estimular la competencia para a través de ella Incentivar la búsqueda de superación de nuestros industriales en lo que hace a Iograr mejor calidad y menores costos en su productos; el volcar al mercado bienes que por su complejidad tecnológica o por otros motivos no se fabrican en el territorio nacional o incluso, la intervención como herramienta que evite maniobras monopólicas por parte de algún sector.
De ninguna manera debe ser el objetivo el reemplazar a la industria local, el acelerar su desmantelamiento o quiebra. Esto sería tan perjudicial como aquel otro extremo de cerrar nuestras fronteras.
Reiteramos, no es esta una discusión nueva, ya desde antes incluso de nuestro nacimiento cómo nación independiente, esta cuestión ha sido motivo de debates por momentos encendidos.
Se debe evitar reeditar experiencias que conduzcan a nuevos fracasos, por eso este tema de la apertura debería ser motivo de un sesudo análisis y debate con el objetivo de convertirlo en una herramienta útil y no perjudicial.
Por ello, aún es válido tener siempre en cuenta las palabras que allá por 1809 pronunciara el Síndico Yániz cuando aseguraba que:
“Es un error creer que la baratura será benéfica para la patria; no lo es efectivamente cuando procede de la ruina de la industria y la razón clara, porque cuando no florece esta, cesan las obras y en falta de estas se suspenden los jornales y por lo mismo, ¿Qué se adelantará con que no cueste más de dos lo que antes valía cuatro, sino se gana más que uno?”
Sin duda que esta pregunta sigue aún sin respuesta.-