Escribe: Eduardo A. Volonté
No es aventurado afirmar que al menos el discurso y algunas actitudes del Presidente Milei generan una fuerte tensión con los fundamentos mismos del sistema democrático.
Al amparo de su indiscutido triunfo en la segunda vuelta electoral, tiende a considerarse dueño y señor de un sistema en el cual no cree.
La democracia no es ni de la mayoría ni de las, minorías. La democracia es de todos, tanto de unos como de otros.
Y es precisamente la aceptación de la diversidad de opiniones basada en el respeto al pluralismo, una de las características esenciales del sistema democrático.
La vigencia del derecho al disenso, la garantía por parte de los más para que los menos también puedan hacer oír su voz es un requisito que permite distinguir a una sociedad auténticamente democrática de una que no lo es, aunque pueda llegado el caso cubrir la apariencia de la formalidad democrática.
Este necesario respeto a las minorías no implica de modo alguno desconocer el legítimo derecho que poseen aquellos que resultan elegidos por la voluntad popular para ejercer el poder que el pueblo les ha conferido.
Pero esa legitimidad de origen —incuestionable en el caso del actual Presidente— no puede ser asumida o considerada como el otorgamiento de una especie de bill de indemnidad que le permita al gobernante dejar de lado los límites y requisitos qué el andamiaje jurídico establece, precisamente para poner coto a los posibles excesos y desviaciones en que pudiera incurrir quien ejerce la función ejecutiva.
No puede nadie tampoco, si en el fondo es un demócrata convencido, supeditar sus convicciones democráticas a un circunstancial porcentaje electoral de apoyo.
Se es democrático cuando se respeta el cumplimiento de la Constitución y las leyes; cuando se respetan las minorías y su derecho a expresarse; cuando se cree en la división de poderes, en el federalismo; cuando se antepone al interés de un grupo o sector el bien del conjunto de los habitantes.
No se es más o menos democrático porque, se halla obtenido en un comicio un porcentaje mayor o menor de voluntades; tampoco es posible suponer que un elevado porcentaje habilita a dejarse tentar por la adopción de actitudes autoritarias.
La legitimidad de origen debe nutrirse y fortalecerse a diario con la legitimidad de procedimientos y ningún índice de adhesión —por otra parte, siempre circunstanciales— puede hacer perder a un gobernante la necesidad de defender, consolidar y profundizar las prácticas democráticas.
De lo que se trata es de ser democrático al cien por ciento. sin recortes ni vacilaciones. Ejerciendo el legítimo derecho a gobernar que el pueblo soberano confiere a los triunfadores, pero sabiendo que la verdad no tiene un solo dueño y que la soberbia es siempre mala consejera.-