Hugo Nario: periodista, escritor y amigo…

Escribe: Abel G. Bruno

Vaya a saberse porque irresistible sugestión (quizás la lluvia), hoy quise escribir sobre Hugo Nario. Para quienes no lo recuerdan, había nacido en Las Flores, en el año 1929. Desde muy pequeño residente en Tandil, visitó en incontables oportunidades nuestra ciudad primeramente como vendedor de libros (“distribuidor de cultura”, me dijo en cierta ocasión) en sociedad con “el gordo” Reyes Dávila. Después, conferencista, periodista en el “Eco de Tandil” y otros medios no menos importantes; investigador, historiador, escritor de fuste y por ende de merecido prestigio. Por años apuntaló la marcha de la Biblioteca Pública “Bernardino Rivadavia”. Para quien escribe, se destacó por haber sido muy buen amigo.
Actualmente reside en Mar del Plata, con su señora esposa. Pasan plácidamente sus días alejados del mundanal bullicio, alojados en un establecimiento geriátrico. La última vez que estuve con él, se encontraba precisamente con su señora en la confitería ubicada frente a «su biblioteca», donde supo encontrarse con sus amigos y conocidos en torno a interminables “charlas de café”, relacionadas con la cultura en sus múltiples manifestaciones. Al acercarme con la intención de saludarlo, “me miró sin mirarme”. Su mirada se había perdido al igual que su memoria y con ella, sus recuerdos. Al poco tiempo, sus familiares consideraron que los aires marplatenses les sentarían mejor a ambos.
De tanto en tanto, paso frente a la plazoleta que lo recuerda en Tandil; incluso suelo sentarme en la mesa que Hugo utilizaba diariamente, a poco de cruzar desde la Biblioteca “Rivadavia” que amó entrañablemente y a la que le entregó lo mejor de sus desvelos y afanes.
Ahora, se me presenta “El hombre del sobretodo”, seudónimo con el que firmó innumerables artículos publicados en “El Eco de Tandil” y en LA VERDAD. Me lo encuentro en la memoria, ofreciendo extraordinarias charlas y otros eventos por el estilo. Al prólogo del libro “Ayacucho: Historias del primer siglo” (1996), lo tituló “Epístola para un emparvador de historias orejanas”. Nadie mejor que Hugo Nario, para entender mi modesta vocación de “cronista popular”. En el párrafo final de esa extraordinaria semblanza, escribió…”Felices los pueblos a los que no corroe el orín de la desmemoria”.
Reiterando, salvo que su partida definitiva haya pasado desapercibida (imposible de creer por su enorme prestigio y gravitación), Hugo Nario, reside en “algún lugar” de Mar del Plata, sumergido en “su mundo” al que resulta imposible acceder por su decadencia física y mental.
Quise recordarlo en estas simples y breves añoranzas, debido a lo mucho que recibí de él como escritor e historiador, pero mucho más por su hombría de bien. Ahora, él no puede leerme ni sentirme. Lo cierto es que lo recuerdo ahora, en que le brindo este modestísimo reconocimiento, y con eso me basta…

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