Aimé Tschiffely con el caballo Mancha en Nueva York
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En apariencia nada tendrían en común un dúo de músicos y una dupla de caballos cuya existencia se remonta a un siglo. En la realidad, varios puntos de contacto entre los intérpretes y los equinos permiten recordar una historia de decisión y coraje. La historia de Gato y Mancha que comienza así: érase una vez un veterinario, dueño de la estancia de cría El Cardal en Ayacucho, Provincia de Buenos Aires, llamado Emilio Solanet. Éste le compró a un cacique tehuelche en Chubut una manada de caballos de raza criolla (poco valorada por aquel entonces) y una década más tarde, merced a su convicción en los atributos del linaje, logró la aprobación de la raza y fundó en 1922, la Asociación de Criadores de Caballos Criollos.
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Mientras tanto, a un tal Aimé Félix Tschiffely, pintoresco jinete suizo que había ejercido la docencia como maestro en el Reino Unido y llegaba a la Argentina para impartir clases de inglés, se le ocurrió la extravagante idea de cumplir una hazaña nunca antes vista: unir las ciudades de Buenos y Nueva York… a caballo.
En busca de los medios para alcanzar la proeza y demostrar con ella la resistencia de la raza argentina, de la cual sus exponentes lo habían conquistado a base de lealtad, fortaleza y mansedumbre, a Tschiffely le recomendaron visitar a Solanet. El criador tomó el plan por un verdadero disparate y se negó a venderle los caballos. “Es una locura”, dijo para desalentar la empresa. “¡No llegan ni a Rosario!”. Pero tanto perseveró el suizo que no sólo lo convenció, sino que además recibió los ejemplares de regalo: Gato (un caballo de pelaje gateado) y Mancha (un overo), dos veteranos de Ayacucho.
También de Ayacucho el destacado cantante de ópera, el barítono Fabián Veloz (estrella internacional que por estos días canta en el célebre Met de Nueva York), y su compañero, el talentoso compositor y pianista Sebastián Fernández Cerri, quienes, en honor a los valerosos equinos que dieron lustre a su tierra natal, bautizaron su dúo con el nombre de Gato y Mancha, también para unir ambas ciudades, no a través de los inhóspitos caminos que surcaron los corceles, sino del lazo invisible de la poesía y la música argentina en el más exquisito folklore de exportación.
A tres años y cinco meses de su partida, Mancha y Tschiffely (Gato se sumó más tarde) llegaron a Nueva York: era el 20 de septiembre de 1928. Fueron recibidos con honores por una multitud, primero por el alcalde Jimmy Walker y luego, en Washington, por el presidente estadounidense Calvin Coolidge. La noticia se difundió por el mundo. LA NACION acompañó las instancias del viaje y National Geographic eligió la historia como nota de portada: 21.500 kilómetros recorridos en más de 500 etapas, atravesando ríos, selvas y desiertos sin trazas establecidas, en condiciones de temperaturas extremas y alcanzando el récord mundial de distancia y altura para animales de su clase, con el hito de 5900 mts. a nivel del mar en el cruce de los Andes.
El pasado 20 de septiembre (como cada año en celebración del día del caballo argentino), el dúo Gato y Mancha con Maxi Moscato Luna en la guitarra, ofreció en su despedida porteña una degustación de su repertorio. En cada uno de los conciertos brindados por Cerri y Veloz en la Gran Manzana, fue recordada la aventura de los caballos argentinos, rústicos y tenaces como ninguno, que hicieron historia con una de las travesías más famosas del siglo.
“¡Sí, mis viejos, esto es New York!” escribió Tschiffely en sus memorias hablándole a los caballos en su desfile por la 5º Avenida, “pero sé que las pampas los llaman…” Gato y Mancha se exhiben embalsamados en el Museo de Luján y sus restos, al igual que los de Tschiffely, descansan en El Cardal de Ayacucho donde todo comenzó.
Cecilia Scalisi
LA NACION.