Entre crotos y linyeras

A modo de introducción al tema: La diferencia entre “croto” y “linyera” radicaba en que el primero buscaba trabajo y el otro independencia y por ende libertad (generalmente le gustaba estar solo).
Principalmente en los primeros años del siglo veinte, en la mayoría de los establecimientos de campo del ámbito bonaerense se construyeron pequeñas viviendas denominadas “croteras”, destinadas a brindarle refugio a miles de hombres que principalmente a partir de los primeros años del siglo veinte y hasta aproximadamente 1940 (debido a muy considerables crisis económicas), se desplazaban caminando se incluso viajando en trenes de carga. Si conseguían “conchabo” en alguna cosecha, esquila o cualquier “changa”, se quedaban el tiempo que fuese necesario como para alzarse con unos patacones y cuando el “maná” se terminaba, armaban “el mono” y buscaban el camino según la dirección en que soplara el viento.


Tengo por sabido que la denominación “croto” proviene de José Camilo Crotto, nacido en Dolores, el 26 de mayo de 1863, y fallecido en 1936. Fue un político, dirigente ruralista, y en el año 1918, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, hasta 1921, en que renunció. En ese periodo y a través de un Decreto que firmó en 1920, autorizó a peones rurales y gente sin trabajo a viajar gratuitamente en los trenes cargueros. No obstante esa posibilidad, la policía de parajes, pueblos y ciudades reprimió en incontables ocasiones esa forma de viajar en los vagones vacíos e incluso sobre sus techos.
LOS “CROTOS”…
La mayoría de ellos eran hombres marginados por la sociedad, en general inmigrantes, sin familia, solitarios, que recorrían en los trenes los desérticos paisajes de la Argentina. Rechazados por la sociedad, en general ya no volvían a integrarse a ella. Según el inolvidable amigo y maestro Hugo Nario: “En su “mono” el croto llevaba muy poco: un par de pantalones, un poncho o frazada, unas cuantas bolsas de maíz para abrigarse. Y en su “bagayera”(una bolsita generalmente de lona) el croto guardaba todo su “capital”: una ollita sobre la que ponía un plato de lata, y arriba la pava, y dentro de ésta, el mate, tenedor, cuchara, bombilla. El cuchillo siempre se llevaba en la cintura. Yerba, café, azúcar, el frasquito con sal y pimienta. El croto usaba gorra, boina, y pocas veces sombrero. Pañuelo o toalla al cuello. Casi siempre, alpargatas. Un croto, a los 40 años, ya era más que maduro. A los 50, se lo podía considerar un viejo. Clasificación ésta, basada en la dificultad para poder resistir el frío, el cansancio y el hambre, y sobre todo, el no poder subirse a la carrera en los trenes de carga, ni trepar hasta sus techos. Según una estadística oficial del Ferrocarril Sud, en 1936 había 350 mil crotos. A fines de la década del 40, con la industrialización, el croto pasó a ser un recuerdo. Una imagen, un pedazo de historia, una triste memoria”.
Y LOS “LINYERAS”…
Por su parte el linyera quería libertad, independencia y soledad porque generalmente se movilizaba solo. Salvo en algunas ocasiones en que se encontraba en alguna tapera o debajo de algún puente con algunos hombre de su condición, después le gustaba “patear la huella” sin problemas, salvo el de conseguir de comer y donde pasar la noche. No era muy sociable, por el contrario, rehuía las reuniones que podían causarle algún problema o auscultar en su vida. Es muy probable que su nombre provenga de la voz “lingerie”, vocablo francés destinado a designar a la ropa interior que tenía en sus atados. Los linyeras llevaban al hombro un paquete cuadrangular que los italianos denominaron “lingera” (ligero, liviano). Además, portaban la “bagayera”, palabra derivada del español “bagaje” o del italiano “bagaglio”, que quiere decir equipaje. Este era un atado de tamaño menor donde guardaban la olla y la pava, y dentro de ellas sus cubiertos, el mate con su bombilla y un plato hondo de chapón generalmente enlozado.
Hasta la década de 1940, los establecimientos de campo de cierta importancia mantenían activas las “croteras”. Cabe citar el ejemplo de la estancia “Tandileofú” de la familia Pereyra Iraola, que en pleno apogeo mantuvo habilitado diariamente un espacio para que “crotos” y “linyeras” se sirvieran a gusto y placer. Para tal fin, dejaban importantes cantidades de carne, galleta y yerba. Otro tanto ocurrió con “Navas”, “La Limpia” y “Juncalito”, también pertenecientes a ese tronco familiar. Unos llegaban en procura de trabajo y los otros estaban de paso, como escribimos anteriormente. Se escribieron innumerables historias de estos verdaderos personajes de la sabana bonaerense, que a la par de sus bultos llevaban a cuestas sus indiferencias por el mundo que los rodeaba.
PERSONAJES QUE NO VOLVERÁN
Según la marcha de nuestra tambaleante economía, todo parecería indicar que podrían regresar desde el pasado esos “caminantes” que principalmente en épocas otoñales y del verano, recorrían los caminos, vías ferroviarias e incluso “cortando campo”. Reiterando conceptos, unos en procura de encontrar alguna “changa” y el resto a sus libres albedríos, llevados vaya a saberse porqué motivos.
Según cree quien escribe, no habrá de producirse ese retorno. Los “crotos” y “linyeras” fueron consecuencia de una época en que todas las condiciones de hambre y miseria estuvieron dadas para que así sucediera. Hoy día, los numerosos planes de ayuda del gobierno destinados a los necesitados harán las veces de conformidad y contención. A la par, la mentalidad del “ser argentino” es otra y de ninguna manera se encuentra proclive a esas posibles “patoruzadas”. En definitiva, esos caminantes se encontrarán con que no tendrán cabida de ninguna especie en los establecimientos de campo sumamente divididos y sembrados de taperas, y mucho menos en tantas estaciones y parajes abandonados. AGB

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