Dos muertes injustas

Escribe: Eduardo A. Volonté.-

La historia de la humanidad está plagada de injusticias.  Muchas provocadas precisamente por la búsqueda de  justicia.

La mayoría terminan cubiertas por el olvido, por los intereses que las generaran, o el inexorable paso del tiempo.

Otras -las menos-  perduran con porfiada tozudez, y se convierten en íconos de la larga marcha hacia la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.

Un ejemplo basta para reafirmar lo dicho: la muerte carbonizadas de las 129 trabajadoras de una fábrica textil en Nueva York el 8 de marzo de 1908, luego que su propietario las encerrara e  incendiara el edificio por una huelga en demanda de mejoras laborales, se convirtió en una bandera de lucha que perdura y originó la conmemoración del Día Internacional de la Mujer.

Un juicio irregular

Una  injusticia emblemática y que ha perdurado en la memoria colectiva es la que relataremos a continuación y que se cometiera el 23 de agosto de 1927.

Sus protagonistas: un modesto zapatero y un similar vendedor ambulante de pescado.  Sus nombres: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Su pecado: sus ideas anarquistas y su ilusión de una sociedad sin diferencias.

Ambos inmigrantes italianos, nacido Vanzetti en 1888 y Sacco en 1891, fueron acusados y condenados a muerte al ser declarados culpables del asalto y muerte el 15 de abril de 1920 del pagador de una fábrica, Frederick Parmenter y su escolta, Alessandro Berardelli en South Braintree.

Luego de siete años de prisión y un juicio plagado de irregularidades, con pruebas de dudosa legalidad y con un juez –Webster Thayer-  manifiestamente arbitrario, quien consideraba a los acusados como “bastardos anarquistas”, ambos fueron ejecutados en la cárcel de Charlestown en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927.

De nada sirvieron las innumerables manifestaciones  que en su  defensa se produjeron en ciudades tan dispares como Tokio, Buenos Aires, Londres, Sidney, Berlín, Lima, Paris, Ginebra y tantas otras.

Tampoco las voces de personalidades como Albert Eistein, John Dos Passos, Romain Rolland, Marie Curie, Miguel de Unamuno, Bernard Shaw y muchos más. Ni el pedido de clemencia del Papa Pío XI fue escuchado.

Ni siquiera sirvió el testimonio del preso Celestino Madeiros, quien en 1925 dio las pistas que llevaban hacia la banda de Joe Marelli, quien años después confesaría su autoría a un abogado de Nueva York, lo que sería ratificado con nuevas pruebas en 1973.

El temor a un cambio social, el odio hacia los inmigrantes, el fantasma del anarquismo, pudieron más en una sociedad que prefería encontrar chivos expiatorios a afrontar sus propios problemas.

Días antes de la ejecución, Nicola Sacco escribía a su hijo “… recuerda siempre, Dante, que en el juego de la felicidad no tienes que usarlo para ti solo, sino mirar un paso detrás de ti, ayudar a los débiles que piden ayuda, ayudar a los perseguidos, a las víctimas, que son tus mejores amigos.  Ellos son los camaradas que luchan y caen, como cayeron ayer tu padre y Bartolo por la conquista de la alegría, de la libertad para todos y para los trabajadores pobres. En esta lucha por la vida encontrarás más amor y serás amado».

Los años pasaron, otros acontecimientos estremecieron al mundo, sin embargo el recuerdo de estos asesinatos con tinte legal no pasaron al olvido.

Recuerdo y reivindicación

A comienzo de la turbulenta década de los 70, en el marco de la guerra fría y la convulsión que significaba la guerra de Vietnam,  Guiliano Montaldo desempolvó la injusta muerte de estos anarquistas mediante un film que prontamente se convirtió en suceso en todo el mundo, con las actuaciones de Gian María Volonté como Vanzetti y Ricardo Cucciolla como Sacco.

Por su parte, Joan Baez, la cantante y activista por los derechos civiles y la paz, aportó una inolvidable “Balada de Sacco y Vanzetti” a la que pusiera su música Ernnio Moricone y se convirtiera en toda una bandera de protesta para los jóvenes de esos años.

Innumerable cantidad de libros e investigaciones sobre las pruebas y los hechos, coincidieron todos sobre lo insostenible de la acusación y lo injusto de la sentencia.

Tuvieron que pasar  50 años desde aquellas ejecuciones para que en 1977 el gobernador de Massachusetts, Michael Dukakis  reconociera que los ajusticiados “no tuvieron un proceso justo, porque tanto el juez como el fiscal tenían prejuicios contra los extranjeros y los disidentes” y “porque en el proceso dominó un clima de histeria política, se debe limpiar de manchas e injurias, para siempre, el nombre de sus familias y de sus descendientes. El Gobernador de Massachusetts declara el 23 de agosto de 1927 como el Día Conmemorativo de Sacco y Vanzetti”.

Tarde e irreparable.  Pero reconocimiento al fin, de la inocencia de Sacco y Vanzetti.