De Vicepresidente  a vendedor de anilinas

Escribe: Eduardo A. Volonté.-

Hace 74 años, el 18 de Octubre de 1951 a las 4.20 hs fallecía en el Hospital Italiano de Bueno Aires,  Elpidio González, quien fuera Vicepresidente de la Nación durante 1922-1928.

Recuperemos del olvido solo dos actitudes suyas que ejemplifican dos normas que rigieron permanentemente su vida: su conducta y su austeridad.

Consustanciado desde sus épocas de estudiante en Córdoba con los mismos ideales renovadores de la vida política que bajo el impulso de Hipólito Yrigoyen cundían por el territorio de la república, dedicó su vida a la causa de la Unión Cívica Radical, a la causa de los desposeídos.

Hizo de ella un apostolado que lo llevó a rechazar sistemáticamente todos los cargos que le ofrecieran sus correligionarios, incluso la gobernación de Córdoba.

Solamente ante  la  insistencia de Yrigoyen  ocupó el cargo de Ministro de Guerra en 1916 y  aceptó  luego integrar la fórmula presidencial de 1922  junto a Marcelo T. de Alvear (negándose a cobrar su sueldo).  Nuevamente convocado por Yrigoyen se desempeñó como Ministro del interior desde 1928 hasta el golpe del 6 de Septiembre de 1930.

Con la restauración oligárquica instaurada en esa fecha en el gobierno comienza su calvario y sus prisiones, que soporta estoicamente con su inmensa fe en Dios y la tranquilidad de espíritu que le brindaba la pureza de todos sus actos.

Nuevamente en libertad, don Elpidio encuentra en la fábrica de Anilinas Colibrí, propiedad de  Germán Ortkras  -un amigo desde su juventud- el método de ganarse honradamente la vida para poder mantener su digna pobreza.

Sabedor el gobierno fraudulento del Gral. Justo de su angustiante posición se le ofrece una casa municipal para que la habite gratuitamente, a lo que se niega terminantemente, como así también devuelve indignado el abultado sobre  con dinero que le enviara Justo.

Inspirado en su cada vez más crítico pasar económico, es aprobado un proyecto de pensión para ex presidentes  y vice, pero a pesar de la insistencia de sus amigos para que acepte los beneficios, su decisión de no acogerse al mismo es rotunda.

Y envía una nota al presidente comunicando “mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha ley. Al adoptar esta actitud cumplo con íntimas convicciones de mi espíritu.  Entregado desde los albores de mi vida a las inspiraciones de la UCR, teniendo anhelos de bien público, jamás me puse a meditar en la larga trayectoria recorrida, acerca de las contingencias adversas o beneficiosas que los acontecimientos me pudieran deparar”.

 “No esperaba pues, esta recompensa, ni la deseo, y al renunciarla me complace comprobar que estoy de acuerdo con mis ideales mas arraigados.  Confío en que Dios mediante, he de poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República, por cuya grandeza he luchado”.

 Nada para disponer 

Nuevos ofrecimientos de los sucesivos gobiernos no lo hicieron volver atrás en su decisión; transcurrían así sus días en medio de una pobreza casi total, cuando mientras se encontraba en su labor cotidiana de venta de anilinas, sufre en agosto de 1949 una caída producto de haber pisado un charco de aceite en la vereda, fracturándose el fémur.

Sometido a una delicada operación queda imposibilitado de caminar. Alojándose en un modesto hotel.

En mayo de 1951 decide volver a operarse, pero su salud debilitada no se recuperó, al punto de perder ya el conocimiento el 14 de octubre para fallecer el 18.

Ocurrida su muerte,  entre sus escasas pertenencias se encuentra un sobre del Comité Nacvional con veintidós pesos.  Solo dejaba como herencia esa modesta suma.

Como notable y último ejemplo de honestidad y pureza en su testamento redactado el 24 de agosto de 1949 establece “pido ser enterrado con toda modestia como corresponde a mi carácter de católico” y que “es mi última voluntad, por otra parte, que no se decreten honores ni honras oficiales de ninguna especie. No hago institución alguna de herederos porque no tengo ningún bien de que disponer”.

Seguía luego una fuerte reafirmación de su credo radical que lo acompañó hasta el día de su muerte.

Así sin estridencias, con la misma humildad y desinterés con que vivió su vida al servicio de una causa, en el último acto quiso también legarnos su más rico patrimonio: el ejemplo de una conducta inquebrantable, de su austeridad franciscana y de su profundo amor por la patria.

Consulta  y final: ¿Ud. lector se imagina en un futuro cercano a  alguno de los Vicepresidentes de las últimas décadas dedicado a la venta ambulante en algún subterráneo para poder sobrevivir?.-