Compraron un barco, dejaron su vida en La Plata y emprendieron el viaje de sus sueños: “Vivir en el agua es barato”

Cansados de la vida urbana, Fernando Zuccaro y Bárbara Beron Vera decidieron izar las velas y se animaron a la aventura; ahora, sueñan con llegar a Génova

Son muchas las personas que, agobiadas por las dificultades de la vida en la Argentina, deciden armar el bolso y proyectar su futuro en otros países o transitar su vida en la ruta. Pero la historia de Fernando Zuccaro fue distinta. Hace seis años atrás, cansado de luchar con una cotidianeidad a la que no le encontraba el sentido, el hombre oriundo de La Plata, desplegó las velas de su barco y zarpó a una aventura única.

El “Gringo”, como lo llaman sus allegados vivió en La Plata, donde fue cantautor y se dedicó durante muchos años al rubro de la construcción. “Un buscavida”, como se autodescribe en diálogo con LA NACIÓN. Su esposa, Bárbara, es bióloga marina y durante muchos años trabajó como investigadora del CONICET. Sin embargo, “en esa época, por el 2016, se paró todo, no había mucho trabajo en mi rubro y Bárbara se cansó de que el organismo sea más político que científico, sabíamos que teníamos que tomar una decisión”, recuerda Fernando.
“Navegué toda mi vida, siempre estuve en el agua, es lo que me gusta, lo que disfruto y lo que me de felicidad”, reconoce con seguridad Zuccaro, hoy, desde Recife, Brasil. Y siguiendo su pasión, en el 2017 zarparon. “Lo malo de Argentina es que un día tenés un laburo y al otro día otro no, pero lo bueno es que aprendés a hacer cualquier cosa para sobrevivir”, asegura Fernando.
Desde el momento en que tomaron la decisión, compraron por 1500 dólares y reacondicionaron al Gringo Goleta, un tall ship de dos mástiles de 1886 en el astillero de Buenos Aires y emprendieron su primer viaje junto a un grupo de argentinos que querían llegar a Florianópolis. “Empezamos a hacer de chárter, llevamos a personas de un lugar a otro, compartimos los gastos y así vamos recorriendo lugares”, explica.
Sobre el sustento económico, aclara: “Eso por un lado, después tuvimos unos alquileres que los dejamos por las dificultades de la ley y ahora tenemos una vida muy austera, vivir en el agua es barato, tenemos paneles solares, agua de lluvia, no compramos mucha ropa y es solo gastos para comer”.
“El primer puerto fue el Armação da Piedade, por Florianópolis. Un pueblo muy lindo y chiquito de pescadores; es un lugar muy recomendable para ir a conocer”, relata Fernando. A partir de allí empezaron a implementar esta modalidad en su vida que los llevó de un puerto a otro a recorrer el mundo.
Fernando tiene cinco hijos: “Clarita es itinerante, va y viene. Pablo y Mateo son grandes y ya hacen su vida, y Aquiles y Juan viven con nosotros”, explica y agrega que Juan sigue su educación con el sistema de formación en el Servicio de Educación a Distancia del Ejército Argentino (SEADEA) y, al mismo tiempo, acude a un colegio en Brasil. “La educación del ejército es muy buena, te diría que está por arriba de la de Brasil”, asegura.
Una vida en el mar
El barco es una goleta (todo buque de más de dos mástiles) de 120 pies, construida bajo el nombre de Luigino Palma en el Astillero Roncallo, en Pegli (Génova, Italia), en 1886 y fue restaurada en la Argentina en 1990. Hoy en día, es uno de los barcos más antiguos del mundo que sigue navegando (según los registros del New York Navy Museum). El objetivo de la travesía de Fernando es completar el ciclo en su lugar de origen. “La idea final del viaje, es la expresión de deseo que tenemos, poder viajar a Génova y cerrar su historia”, cuenta.
En busca de cumplir su meta, Fernando y Bárbara se instalaron en el puerto de Caravelas donde viven en el navío y comenzaron a trabajar en el proyecto de fundar una cervecería para sumar un ingreso extra en su día a día.

“Para mi es natural estar tantos días en el mar, siempre preferí estar en el agua que en la tierra”, asegura con convicción Fernando mientras recuerda el viaje más largo que realizó, en el que estuvo 72 días en el océano con su anterior barco, Marian Dick. “Siempre tengo miedo en el mar, pero lo controlo. Si no tuviera miedo sería un irresponsable. No me gusta hablar de mal tiempo porque es medio novelesco, pero si no existiese el mal tiempo, no disfrutaría cuando está bueno. Es parte del viaje, del mar”, explica sobre las largas travesías.
Sin embargo, insiste en que la experiencia y el conocimiento que uno obtiene de la naturaleza al convivir con ella a diario son indispensables para evitar malos momentos en mar abierto. “Hay relatos de tormentas porque la navegación es muy chata, pasas días y días donde te cruzás una nube. Pero la naturaleza es predecible, nosotros no lo somos. Hoy con el barómetro, el termómetro, la tecnología, sabés más o menos como va a estar el clima”, cuenta.
A las enormes tormentas de las películas y de los libros, se le suma la piratería que, para sorpresa de muchos, si bien los corsarios de Piratas del Caribe dejaron de existir, el mar aún convive con el crimen. “Existe, pero de otra forma. Te abordan y usan tu barco para llevar droga a tierra. Esa es la nueva forma de piratería. Los que estamos en esto, sabemos de algunas zonas como entrando al mar del Caribe que son peligrosas. Afortunadamente nunca me pasó, pero conozco amigos que sufrieron estos episodios”.
La última odisea
Este año, en medio de un momento personal complicado, Fernando recibió una noticia inesperada. “Venía bastante boicoteado anímicamente y hace unos meses nos llamaron un grupo de amigos brasileños que querían hacer la regata REFENO de Recife a Fernando de Noronha y fue un gran envión”, cuenta.