Causa contra Yrigoyen Hipólito, de la Torre Lisandro, Marcelo T de Alvear, Tomás Valle, Carlos Rodríguez Larreta y Carlos Gomez por el delito de duelo los dos primeros y testigos los otros cuatro. Buenos Aires, 1894.
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Escribe: Eduardo A. Volonté
Reivindicado o vilipendiado con igual intensidad, según la óptica con que se lo mire, el Comité, ha pasado por derecho propio a ocupar un lugar destacado en la historia política argentina.
Descendiente cercano de los clubes políticos de mediados del siglo XIX, antes que al local partidario, designó al organismo o comisión encargada de llevar a cabo una determinada tarea en el desenvolvimiento de la actividad política.
Ha sido por demás abundante y variada la bibliografía producida intentando desentrañar la función y significado del comité en la vida política criolla.
Ella comprende desde quienes lo vieron o ven aún como un «auténtico burladero que encumbró por la puerta trasera, las aspiraciones de poder de incontable figuras políticas», hasta quienes lo consideran un «sinónimo de participación de todos: la sociedad argentina en un corte transversal, no cerrado a ninguna clase social, ni dedicado exclusivamente a intereses sectoriales.”
Lo cierto es que el recuerdo de la vida comiteril, sus personajes tan bien descriptos en numerosas novelas costumbristas, la realidad y fantasía de las rondas interminables de mate, la polvareda de alguna taba mientras se hacía el asado, las empanadas y el vino, la palabra florida del caudillo, eternizados en miles de anécdotas y recuerdos a ellos vinculados, forman parte ya del folklore político nacional.
IDENTIDAD
Como no podía ser de otra manera en un ámbito impregnado de un fuerte personalismo —que aún subsiste en nuestros días—, en un medio donde la figura del caudillo poseía una eminente gravitación como punto de apoyo para la estructuración y funcionamiento de la actividad política, resultaba casi natural y obligado que esos centros políticos, que nucleaban a los partidarios de una divisa o dirigente, se distinguieran identificándose con el nombre de los caudillos o líderes de esa corriente política.
Así en el radicalismo, resultaba casi obligado que los nombres de Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Honorio Pueyrredón, entre otros denominaran innumerables comités diseminados a lo largo del país.
Por eso, ante esa casi uniformidad en las denominaciones con los nombres de sus figuras más populares, solo reemplazadas por el recuerdo y homenaje a dirigentes locales (Pedro Solanet, Inocencio J. Arroyo, en nuestra ciudad), significaron una auténtica muestra de ingenio y hasta si se quiere, la expresión de una intención política, las denominaciones impuestas a distintos locales que los inicios de la década del cuarenta se abrieran en la Capital Federal para nuclear la militando radical de distintas parroquias.
NOMBRES CURIOSOS
Resulta interesante rescatar algunos nombres, tomándolos de un artículo al respecto publicado en el Bisemanario Ilustrado “Linterna” en su edición del jueves 10 de octubre de 1940.
Corrían años difíciles para el radicalismo y la democracia; el fraude y la tristemente célebre «década infame», imperaban en la República. Habiendo levantado en 1935 su abstención electoral, la Unión Cívica Radical, comandada por Alvear, había sido derrotada —fraude mediante— en las elecciones generales del ’37.
Mientras los jóvenes radicales realizaban en 1939 su primer congreso nacional al Influjo de las ideas de Moisés Lebensohn y otros intentaban desde el ´35 canalizar en F.O.R.J.A. su sentimiento nacional, surgía en 1940 en la sección tercera de la Capital Federal, ámbito de militancia del dirigente Vicente Scarlatto, un comité denominado «Hay que empezar de nuevo” tomando las palabras de Yrigoyen al abandonar la prisión de la isla Martín García, y que significaban en aquélla hora, un verdadero llamado a la participación democrática.
En la sección duodécima, por su parte, se abrió en aquellos días un comité que estampaba su lema de «Acción Rápida», sobre la figura de un avión en plena marcha, como simbolizando la necesidad de qué el radicalismo dejara de lado la apatía que lo absorbía.
En la calle Arévalo 3053, según lo testimonia el periodismo de la época, funcionaba un comité con el sugestivo rótulo de «Los Bronceados», en directa mención a aquellos trabajadores que lo hacían de sol a sol.
En la calle Salí 756 funcionaba el comité «Hoy más que ayer», queriendo significar desde su nombre la necesidad de trabajar aún más, de hacer más fuerte y activo al radicalismo parta combatir al fraude y la frustración.
Por su parte, en la sección segunda y bajo la presidencia del prestigioso dirigente Juan Lambruschini, desarrollaba sus actividades proselitistas el comité «Sin vuelta de hoja», cuya denominación era todo un elocuente ejemplo de Intransigencia y conducta radical al servicio de la causa nacional.
Seguramente habrán existido y podrían citarse muchos otros ejemplos de esta original forma de pretender simbolizar desde el nombre mismo, las Intenciones y principios que animaban ese accionar.
Pero valgan estos pocos ejemplos para graficar el inagotable ingenio popular expresado en estos casos en las denominaciones de esos generadores de la política nacional, como lo fueron y lo son, los Comités.-