Casi un siglo al servicio de la democracia

Escribe: Eduardo A. Volonté.-

No son muchos los dirigentes políticos que pueden exhibir una trayectoria tan dilatada y una conducta tan coherente como la que permite mostrar la vida del Dr. Anselmo Marini, quien naciera el 18 de noviembre de 1907.

Ante su muerte, ocurrida el 14 de febrero de 2002, el diario “El Día”, lo consideró con acierto  “todo un símbolo de la ética política”, porque eso fue Anselmo Marini a lo largo de su extensa carrera política que abarcara más de siete décadas de sus bien vividos 95 años.

Nacido en La Plata en la casa de sus abuelos, ubicada en diagonal 77 entre 5 y 6, tuvo como vecino al gobernador radical Luís Monteverde, quien –como recordara Marini- le enseñó a leer su primer libro, “La vuelta al mundo en 80 días” de Julio Verne y lo inició en la política.

Nunca se alejó mucho de ese barrio,  durante más de medio siglo vivió en su casona de 2 y 46.  Fue un platense –e hincha de Estudiantes- de corazón, que solo se alejó de su ciudad cuando Raúl Alfonsín lo designara embajador en Perú, donde cumplió una fecunda tarea.

Apenas cumplidos sus 18 años se afilió a la UCR en cuyas filas desarrollo una militancia que ni siquiera los períodos de facto lograran interrumpir,  y por la cual conociera la cárcel en 1931 y 1955.  Durante su paso por la universidad adhirió con fuerza a los principios de la Reforma Universitaria del 18, llegando a presidir la Federación Universitaria en 1929.

 Una trayectoria dilatada

Prácticamente puede decirse que recorrió todas las jerarquías partidarias, desde su comité seccional hasta la Convención  Nacional. Para el centenario del radicalismo, se lo honró con la presidencia de la Comisión Nacional de Homenaje.

En el ámbito legislativo fue diputado nacional constituyente en 1949, diputado provincial y presidente de su bloque en 1952, diputado nacional e igualmente presidente desde 1958 a 1962.

Como dijéramos,  representó al país en Perú desde 1983 a 1989, pero su principal función pública fue el ejercicio del cargo de gobernador bonaerense  durante la presidencia de Arturo Illia a partir de 1963 y hasta el golpe de 1966.

Acompañado por Ricardo Lavalle como Vicegobernador [quien curiosamente falleciera también un 14 de febrero, de 1972] llevó adelante una gobernación que fue ejemplar, inspirada en un progresismo de hondo contenido social, en la búsqueda de mejorar las condiciones de vida de los sectores más postergados, habiendo designado como ministro de Asuntos Agrarios al Esc. Alberto Zubiaurre.

La interrupción del orden constitucional en 1966 dejó trunca su obra de gobierno; ese hecho constituyó para él una frustración por la obra inconclusa, pero lo fortaleció en sus convicciones democráticas y la necesidad de comenzar la tarea de recuperar las instituciones.

Tenía en claro su radicalismo y todo lo que ello implica en materia de respeto a la soberanía popular y de la dignidad humana.  Por eso, a pesar de su edad, no dudó tampoco en alzar su voz contra los atropellos de la última dictadura militar, como lo hiciera al  hablar en el sepelio del asesinado dirigente radical Sergio Karakachoff en un ejemplo de coherencia y valentía personal.

Observador lúcido de la realidad, dotado de una claridad conceptual y facilidad de exposición, se convirtió en los últimos años de su vida en una referencia obligada para quienes deseaban no solo conocer su testimonio de vida política de más de setenta años, sino también intentar comprender el presente y vislumbrar las acciones hacia el futuro.

Bonaerense ilustre

Con merecido derecho, por ley 12.383 fue declarado con el consenso unánime  de todos los sectores políticos, Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos Aires.  La sesión en el Senado bonaerense de entrega de esa distinción, el 6 de diciembre 2001, contó con la presencia y adhesión de los más variados dirigentes y fuerzas políticas.

Allí, Anselmo Marini con sus flamantes 95 años, recibió en vida el homenaje que su conducta de vida y obra de gobierno largamente merecían.  Sus palabras de agradecimiento, que fueran las últimas que pronunciara públicamente, dieron testimonio de su lucidez, de su permanente bregar por la unión de todos los argentinos.

Fueron también una breve recorrida por sus entrañables afectos familiares, encabezados por su esposa Edith Alonso, presente también ese día,  por el recuerdo de sus padres, de  Luis  Monteverde, de su amistad por décadas con Ricardo Balbín.

Con visible emoción sostuvo que «Hoy me siento inmensamente feliz, este homenaje supera ampliamente mis merecimientos y hasta el día de mi muerte seguiré luchando… Hasta el día de mi muerte estaré frente a todas las cosas que tengan que ver con el destino de mi país; con todas las cosas que tengan que ver con el progreso de mi pueblo, con todas las cosas que tengan que ver con un mañana feliz y promisorio”.

A escasos dos meses de ese reconocimiento, la provincia y el país recibieron con dolor la noticia de su muerte.  Las palabras y presencia de quienes concurrieran a darle el último adiós, resultaron un coro coincidente en resaltar sus virtudes y su lucha, inspirada  como él lo dijera en su amor a la Patria.