Arturo Illia a 42 años de su muerte

Año 1972. De izq. a der. Castor Echevarría, Ovidio Pavacich,  Arturo Illia (leyendo La Verdad), Pura Diez de Cordonnier y Oscar I. Albano.

Escribe: Eduardo A. Volonté

Eran las 20.35 hs. del martes 18 de enero de 1983 cuando un escueto comunicado expresaba que «la dirección del Hospital Privado lamenta informar que a las 20.30 hs. falleció el Dr. Arturo Umberto lllia».

Se apagaba así en la ciudad de Córdoba a la edad de ochenta y dos años la vida de quien fuera ex-presidente constitucional de los argentinos, un político de extensa trayectoria, y por sobre todas las cosas un «arquetipo de la civilidad» como lo calificara La Voz del Interior al cronicar su fallecimiento.

La figura de Arturo lllia y su obra de gobierno a lo largo de treinta dos meses constituyeron un verdadero oasis democrático en medio de décadas tumultuosas y autoritarias,  y forman  parte ya de la historia contemporánea argentina.

Podríamos escribir sobre el Arturo Illia presidente de la Nación durante uno de los períodos más prósperos y ejemplares de la historia contemporánea y sus logros obtenidos; pero creemos sin equivocarnos que a don Arturo no le gustaría.

Porque fue Illia un hombre sencillo, simple, enemigo de los elogios y ponderaciones, a lo que él entendía no era más que cumplir con su deber.

Pero no debe confundirse esa sencillez y su apego a detenerse a conversar largo y tendido en cualquier lado con cualquier hombre o mujer del común, con liviandad o escases de conocimientos.

IDEAS CLARAS

Illia era un hombre de una vasta cultura y   una sólida formación política e intelectual. Entre muchos otros autores de su gusto, era -como lo recordara Osvaldo Álvarez Guerrero- un conocedor profundo de la filosofía de Leibniz, del pensamiento de Rousseau, de Kant , que le inspiraba la conciliación de la ética social y la moral individual que signaran su conducta pública y privada.

Fue también un hombre convencido del camino que estaba destinado a recorrer, por eso no le hicieron mella los injustos agravios, acusaciones y molestias que debió sufrir cuando fue alejado del gobierno que legítimamente ejercía, por la prepotencia armada de un grupo de insurrectos que sumieron al país en una vorágine de caos y violencia.

Hoy ya casi nadie se atreve en público a reivindicar el golpe de estado que culminara su gestión.  Incluso muchos que participaran en su gestación y concreción, han expresado luego públicamente el reconocimiento de su error.

Reseñar la larga lucha que significó la vida pública de don Arturo Illia no es tarea fácil; fue demasiado rica, demasiado intensa para poder intentarlo en unas pocas líneas.

Pero puede sintetizarla diciendo que su vida fue la causa de la democracia, del imperio de la Constitución Nacional, la larga e incumplida lucha por la causa de los desposeídos.

Hecho en el molde de los grandes fundadores e inspiradores de su querida Unión Cívica Radical, fue también su vida tan clara y recta que en los momentos difíciles de Argentina, cuando la reacción parecía enseñorarse en el país, su nombre se convertía en un sinónimo de esperanza, y su paternal figura era el lugar donde concurrir a retomar el aliento para reanudar la lucha por los derechos conculcados.

Fue por eso, por su inquebrantable optimismo y su fe en el pueblo, un joven más de los que permanentemente rodeaban su figura.

Y entre las jóvenes generaciones siempre se lo escuchó repetir su mismo mensaje de confianza en la ley, en la democracia y la participación popular como método de lograr la argentina soñada.

Es posible intentar imaginar cuales hubieran sido las palabras que hubiera elegido para dejarnos como último  mensaje.  Aquellas  que solía repetir como un ruego y un mandato:

“A proseguir la lucha compatriotas, sin miedos, sin temores”.

La lucha cotidiana por una sociedad más equitativa, sin excluidos, por una Argentina donde se logre una mejor distribución del ingreso, se respete la opinión ajena, sin grietas, donde se haga realidad todos los días, el mejor homenaje que podemos brindarle a Arturo Illia: la vigencia plena de la Constitución Nacional.

Sería saludable también, que quienes nos gobiernan lo tengan mucho más presente en sus hechos y procederes cotidianos.-