Este relato me agradó doblemente. Por una parte, debido a que Juan José Funes, cumplió sus deberes de soldado en el Regimiento Nº 8 de Infantería Motorizada “Gral. O’Higgins”, ubicado 11 kilómetros de la ciudad de Comodoro Rivadavia, donde cumplí el Servicio Militar Obligatorio en el año 1964 (Clase 43). Por la otra, porque refiere al desempeño de un perro durante el conflicto bélico que nuestro país sostuvo con Inglaterra y sus aliados (Norteamérica y Chile, entre otros) en 1982. Lo transcribimos textualmente…
“Un homenaje a “Mortero”, el perro del Regimiento de Infantería (hoy Mecanizado) Nº 8. Fue con nosotros a Malvinas y volvió como “prisionero de guerra en el buque “Nordland”. Vivió durante varios años en el regimiento, hasta el día de su muerte.
“Mortero” nos acompañaba en cada una de las misiones de patrullaje y observación del enemigo. Cruzaba el campo minado y las primeras líneas junto a nosotros hasta llegar a una tranquera.
Allí se detenía y quedaba observándonos hasta perdernos de vista. Cuando regresábamos (al término de tres o cinco días) se ponía muy contento. “Mortero”, más que un simple perro era un amigo de todos los soldados. Cuando subió al “Nordland” les orinó la alfombra. Los ingleses lo querían tirar al agua. No lo permitimos. Regresó al continente con nosotros”.
Tengo una anécdota con ese perro
“Yo volví prisionero en el barco “Nordland Holn” y gracias a mi idioma inglés chapurreado me pusieron como traductor. Un día, durante el viaje de vuelta al continente, me sacan del camarote (eufemismo para una habitación de 1,5 x 2,5 metros, con 2 catres) que compartía con tres soldados del ejército y los ingleses me explican que en la bodega había un perro llamado “mortar” (mortero) que en un principio se negaron a embarcar, pero que el capitán del buque, ante la insistencia y rechazo vehemente de su “perrero” a abandonarlo, había accedido a hacerlo, pero como humorada le hizo la advertencia de que “si el perro mordía a alguien ambos serían arrojados por la borda”.
El animal se negaba a ser alimentado por los ingleses, y por su bien me pidieron que localizara al guía para que lo haga. Pasamos por varios “camarotes” preguntando por él y al hacerlo, rápidamente me respondían que no lo conocían o no sabían dónde estaba. Hasta que al preguntar en uno, todos los prisioneros permanecieron en silencio sin decir nada. Volví a preguntar y nada, me di cuenta que algo pasaba. Al preguntar por tercera vez, el soldado más alejado y casi oculto tras sus compañeros, atinó a preguntar con voz preocupada… ¿mordió a alguien el perro…?.
Cuando estábamos todos sentados en la bodega de carga del buque, ya en Puerto Madryn, esperando ser desembarcados, mientras los guardias se paseaban frente a nosotros armados con ametralladoras “sterlings”, apareció trotando alegremente “mortair”. Uno de los guardias comenzó a llamarlo y al ver a “mortero” avanzar hacia él con la cabeza gacha y meneando la cola escuché a mí alrededor palabras como “perro traidor”, “vendido” y otras expresiones por el estilo. “Mortero” llegó frente al guardia inglés, se sentó sobre sus patas traseras y mirándolo al rostro le orinó largamente los pies. La carcajada que se escuchó como un trueno en todo el buque fue impresionante. Juro por mis hijos que esto fue así y justamente delante de mis ojos. Hace muchos años que murió de viejo, pero lo sigo recordando con un inmenso cariño”.
AGB