Cercana a nuestro partido, en Mar Chiquita, se encuentra la pulpería más vieja de la provincia de Buenos Aires, en pleno funcionamiento. La atiende don Generoso Villarino y fue relevada por periodistas de LA NACION. Nos pareció de utilidad para la conocimiento e información de nuestros lectores. Veamos que dice.
La vieja y mítica pulpería bicentenaria se presume desde lejos, como un espejismo. Alrededor de un mar de pampa, un grupo de árboles la protegen del viento y del vendaval del olvido. La Esquina de Argúas abrió sus puertas en 1817, cuando el país recién germinaba. 201 años después, continúa abierta. Ubicada en el Partido de Mar Chiquita (Buenos Aires), es atendida por Generoso Villarino, quien a sus 80 años vive solo en este perdido rincón en donde la soledad se pasea oronda. Es el pulpero más viejo de la provincia, en la pulpería activa más antigua.
«El día no me alcanza, el campo siempre te mantiene activo», advierte desde el fondo de la pulpería. Está alambrando un potrero para ordenar mejor «el pedazo de tierra» donde pastorean unas vacas, mientras una pareja de caballos mira desinteresada la escena.
La pulpería está aferrada a la tierra. Declarada Patrimonio Histórico Cultural del Partido de Mar Chiquita, es de las pocas que se conserva tal cual fue levantada. Sus ladrillos unidos con barro, techo de madera y el enrejado protegiendo el mostrador, que separa al pulpero de los problemas y entuertos del gauchaje, configuran una escena propia de otro tiempo. Dicen que por aquí pasaba Juan Manuel de Rosas, se sentó Dardo Rocha y acostumbrada a apurar un vino carlón José Hernández. «Te acostumbrás a la soledad, por suerte tengo los perros», asegura Don Generoso. Ninguno tiene nombre. «Me encariño si les pongo uno», resume.
La pulpería es una parada obligada de quienes frecuentan estas soledades. A 20 kilómetros de Coronel Vidal, el ruido y la realidad actuales no llegan hasta esta esquina, el camino de tierra que une el siglo XXI con el XIX, al que todavía parece pertenecer esta precaria construcción, es arenoso y cuando llueve la esquina campera queda aislada. Hombres en viejas camionetas, que aquí en el campo llaman catango, caballos y algunas 4X4 paran para recrear la ceremonia de hablar con don Generoso y tomar un aperitivo. Un mástil sin bandera se ve a la entrada. Allí no hace falta izar nada, La Esquina de Argúas es un símbolo argentino.
La historia cuenta que en 1817 don Juan de Argúas fue su primer propietario, aunque la posta ya estaba. En aquellos años había alrededor de 500 pulperías en toda la provincia, separadas por quince kilómetros cada una. Fueron la primera red civilizatoria que acompañó el crecimiento del mapa bonaerense.
Como suele suceder, el apellido del pulpero se trasladó a la pulpería y el paraje, que están ubicados en un lugar de privilegio, en el camino que une Coronel Vidal con la estancia El Durazno, la primera del distrito, hoy propiedad de la familia Saubidet, que también es dueña de la legendaria esquina. «Don Gregorio Saubidet no entra pero es una buena persona», afirma Generoso. En tiempos en donde no había rutas, el camino que pasa por la pulpería, terminaba en un balneario que se conocería después como Mar del Plata.
La Esquina de Argúas ofrecía comida, refresco, caballos y era posta de galeras. Una estación de ómnibus actual. Según la secretaria de turismo de Mar Chiquita, ya para mediados del siglo XIX se contabilizaban 1000 pulperías. De todas ellas hoy sólo quedan menos de 50 en toda la provincia, y en este distrito, sólo La Esquina de Argúas. En las pulperías se podía comprar por granel yerba, harina, fideos, pero también tabaco, municiones y bebida, dejar o buscar el correo y depositar los ahorros en la caja fuerte que todo pulpero tenía.
Generoso Villarino siempre anduvo por esta zona probándose en las estancias, el campo es su hábitat. Parajes como Nahuel Rucá y Calfucurá, establecimientos como Tierra Fiel y el Tehuelche lo emplearon para tractorear y finalmente para hacer lo que mejor sabe: domar. Su voz serena lo dice como al pasar: «Once tropillas domé una vez». El secreto está en hablarle despacio y darle el cinchazo cuando corcovea, en once meses un caballo tiene que estar domado. Luego de las largas jornadas de doma, solía visitar la pulpería. «Siempre me gustó y la miraba con ganas de atenderla algún día», asegura Don Generoso, hombre de otro tiempo. La horma en la que hicieron a estos personajes, la Pampa la ha perdido.
Generoso (que se llama igual que su padre) se casó y tuvo dos hijos, pero los caminos de la vida lo dejaron fondeado en esta pampa desventurada. El deseo de poder atender la pulpería fue creciendo hasta que una tarde el antiguo pulpero lo llamó para limpiarla. «Había mugre y de la buena. Se fue y me dejó la llave, jamás vino a reclamarla». Después de esperar toda la vida, se encontró del otro lado del mostrador. El estanciero Gregrorio Saubidet le ofreció un contrato de palabra, como los de antes. Se dieron la mano y prometieron actuar con buena voluntad. El 3 de noviembre de 2012, cumpliendo el sueño de su vida, comenzó a atender La Esquina de Argúas.
Sus días los pasa atendiendo, pero también trabajando en el campo. A sus 80 años no reniega ni acusa dolores. Sus perros sin nombre lo siguen a sol y sombra. «Las vacas a veces me dan problemas», reconoce. Su soledad es adquirida, y aceptada, aunque pocas veces es tal. Una guardia de fieles gauchos lo acompaña. Por lo noche, en su comedor, detrás de la pulpería, se calienta a baño maría algún guiso carrero que ha quedado del mediodía. «La mulita es rica, pero como soy solo termino comiendo algún chorizo seco con queso. Vino, sólo el justo y necesario», reflexiona sobre su dieta. No mira TV ni oye radio. «Tengo un celular, pero no le presto importancia. A veces lo siento sonar, pero ¿para qué voy a atender?», se pregunta. Su mundo pasa entre las rejas, el mostrador y las estanterías donde conviven una estampita de Jesús, un almanaque de 1989, un rollo de papel higiénico, un tarro de puloil oxidado y un paquete de fideos de dudoso vencimiento.
Como hace dos siglos, la pulpería continúa siendo un punto de encuentro de una amplia llanura de pampa y silencio. Abre todos los días, aunque la puerta esté cerrada. Y hay que aplaudir hasta que Don Generoso escuche. Una de las rejas en el mostrador se sale de su base. «Es por donde paso las botellas», afirma. El salón es pequeño, pero acogedor. «Cumplí mi sueño de grande, pero me gustaría organizar jineteadas», se ilusiona.
Un cartel en una de las ventanas avisa que Roberto y Gladys se ofrecen para cuidar un campo. Una camioneta frena, bajan dos parroquianos, el protocolo es simple: primero y ante todo el saludo. Don Generoso Villarino les sirve una picada y una cerveza fresca. «Te das cuenta que son turistas cuando preguntan los precios», sostiene. «Qué no hay más pulperías, ¿quién le ha contado? Arrímese a mi pueblo, venga paisano, porque la vieja esquina sigue durando», reza una poesía en el mostrador.
Fotos: Mauro Rizzi
Edición fotográfica: Fernanda Corbani