El Millonario le ganaba 2-0 a Nacional con goles de Borja y Colidio, pero un doblete de Carneiro en 72 segundos impidió su clasificación.
Por
Ariel Cristófalo
Si el juez brasileño Anderson Daronco expulsaba en la misma acción, como debía hacer, a Leandro Lozano (plancha de roja a Aliendro) y Franco Romero (piña en la cara a Paulo Díaz en el tumulto posterior), seguramente River le habría ganado en el Gran Parque Central a Nacional de Montevideo. Con esta salvedad no menor, esencial para el desarrollo del partido o en todo caso para el resultado final, el análisis del empate entre el CARP y el Bolso es apenas una muestra más de lo que le sucede al equipo de Martín Demichelis de un tiempo a esta parte. Algo que ya sólo podrá resolver en el próximo mercado de pases: River no termina de dar la talla en los partidos complejos.
El disputado en la capital uruguaya contra el conjunto que dirige Álvaro Recoba era por lejos el más bravo de los seis juegos que tenía en el fixture de la fase de grupos de la Copa Libertadores. Y River, contra un rival desordenado, muy inferior técnicamente, que le dio ventajas de todo tipo como para que el CARP lo goleara y definiera la historia solo en el primer tiempo, se dejó estar y envalentonó a su adversario: de un 2-0 cómodo, cedió la tenencia como hizo en el último superclásico y agrandó a un equipo que le empató en apenas 72 segundos gracias a un penal evitable por mano de Enzo Díaz y a un doble cabezazo en el área mal defendido tras un despeje corto de Armani: los dos goles de Gonzalo Carneiro volvieron a llenar de dudas a un River al que le siguen dando bien los números.
La estadística, una vez más, no marca una realidad que es abrumadora a esta altura del asunto: River gana partidos accesibles pero no suele responder cuando la vara de la dificultad sube un poco. Y eso, en la Copa Libertadores, en instancias de playoffs, se paga demasiado caro. Le faltan, a River, jugadores pillos, inteligentes, con cierta maldad futbolera como para que no se lo lleven por delante como se lo llevaron anoche en Uruguay: allí deberá estar el foco de un mercado de pases que será decisivo si el club pretende pelear en serio una Copa que se presentó desde principio de año, con un sorteo favorable, sin el rival de toda la vida, y con una final confirmada en Buenos Aires, como una oportunidad única en términos históricos. Si River no cambia, probablemente la desperdicie.
Más allá del planteo de Demichelis, que también contribuyó a que el equipo se retrasara y perdiera protagonismo en el segundo tiempo con el armado de una línea de cinco defensores por el ingreso de Boselli, en el GPC hubo responsabilidades individuales de futbolistas que tienen un potencial alto pero que necesitan de liderazgos fuertes en el campo y de una idea de juego consolidada para poder rendir como todo el colectivo riverplatense espera. A pesar de que el entrenador encontró hace poco menos de un mes una base de apellidos que empezó a repetir en los últimos cinco partidos, los cambios de estrategia de partido a partido e incluso durante los 90 minutos no ayudan a que River logre una identidad clara como tienen los equipos que habitualmente pelean este tipo de competencias, pero en otro plano hay errores individuales que dan cuenta de un equipo al que le falta serenidad, templanza y oficio para jugar partidos calientes como el de anoche en Montevideo. Desde el tumulto que calentó el juego y en el que Nacional debió quedarse con nueve hombres, el Bolso se lo llevó puesto al CARP, al punto de terminar pateándole 24 veces y de llegar a superar el 60% de la posesión de la pelota durante casi todo el trámite del 2-2.
No es un resultado grave. River sigue primero, se clasificará a octavos de final y al Mundial de Clubes de no mediar una tragedia. Pero los números no lo son todo. Lo bueno es que aún está a tiempo de reaccionar.
OLE