El miércoles 10 de la semana en curso falleció nuestro ex–convecino, colaborador, amigo de LA VERDAD, Julio César Querejeta, a los 78 años de edad. Su imprevista partida causó lógica congoja entre sus amigos y conocidos de nuestra ciudad, que visitaba de tanto en tanto para reencontrarse con sus más caras raíces.
Cabe recordar que después de cumplido el ciclo de estudio primario, se recibió de docente en la Escuela Nacional Normal cuyo edificio se encontraba ubicado en la esquina sur de las calles Hipólito Irigoyen y Roque Sáenz Peña. Después de haber incursionado en el deporte jugando al Basquetbol en el primer equipo del Club Atlético, en el año 1961 se alejó de nuestro medio para radicarse en Villa Crespo. Casado con María Rosa Laurencena, tuvieron dos hijos, Julio y Natalia, a la par de cuatro nietos. En ese lugar se dedicó a la comercialización de grifería y pinturas.
Sin lugar a dudas, en el área donde alcanzó mayor predicamento fue en la escritura. A la par de publicar varios libros, escribió numerosas composiciones en otros tantos certámenes nacionales e internacionales donde consiguió preciados lauros. Durante varios años, LA VERDAD lo contó como uno de sus más calificados colaboradores. Sus artículos estuvieron imbuidos de un marcado sentido político y también de netas raigambres autóctonas debido a que siempre tuvo presente a su pago natal, enraizado fuertemente en lo más profundo de su corazón.
Su último trabajo en nuestras hojas fue publicado el sábado 30 de mayo, titulado “Ausencias”. Compartimos el primero y último párrafo recomendando su lectura, a modo de sentido y agradecido reconocimiento: “Que difícil se hace transitar por los caminos de la vida, cuando he perdido la brújula del destino, esa que no se reemplaza con ningún aparatejo de la modernidad”. “Las ausencias son negras, grises o de colores más vivos. Se me representa que no tienen colores. Tampoco olores. Son insípidas, el sabor está en poder recordarlas, a la manera que creo poder recordarlas. Me alejo de la nostalgia, busco una salida que me aisle de todo aquello que produzca escozor y toco el timbre en la puerta equivocada. Nadie me atiende ni siquiera la voz de mi conciencia, pero es voz pero nunca imagen; aunque siempre nos marca los errores. Solicito ayuda, nadie me asiste porque siempre me arreglé solo. Y aquí estoy, soy yo, mis ausencias, mi soledad y mis circunstancias. Que como ve no son las mejores. ¿Usted me acompaña?, lo necesito”.